Tres reflexiones sobre “Cielito, Triunfo Y Detalle Del Combate De Obligado”

De Alberto Wainer, escrito para el programa de mano del estreno (23 de marzo de 2009) en el Teatro “Pedro Barbero” de Campana (Buenos Aires):

Me halagó, y mucho, que la Comedia de la Provincia de Buenos Aires, me distinguiera invitándome a escribir para su ciclo “el Teatro y la historia”, esto que definí como “un coral para muchas voces en trascripción para sólo tres”, y que tenía por tema La batalla de Obligado.
En 1845 las tropas de la Confederación Argentina se batieron- hasta quedar sin munición- en las costas del Paraná contra las dos armadas más poderosas de la tierra. Un episodio que, para desentrañarlo trascendiendo lo simbólico (no soy historiador y desconfío visceralmente de los autores de best-seller que hoy escriben la historia) necesité connotar y denotar en un escenario histórico muchísimo más complejo: Un antes, el Congreso de Viena, cuando las potencias vencedoras de Napoleón decretaron para beneficio propio la libre navegación de los ríos interiores de toda la tierra y, tras los gestos admirables de la afirmación de la Soberanía y la obstinación en la Resistencia, un epilogo desolador: La traición, Caseros, el país factoría, la patria de unos pocos. Más de 100 años que intenté descifrar desde la memoria y los cantos guardados por generaciones, una poética de la oralidad, la del actor-cuentista.

Si el halago referido fue grande, mucho más grande fue la alegría de que haya sido el T.I.T´96 el elenco teatral elegido, por trayectoria y méritos artísticos, para estrenarla y que la dirección le haya sido confiada a Miguel Dao, con quien compartimos respeto y afecto pero, además, criterios, sensibilidad, adhesiones y rechazos. Naturalmente, no pude dejar de evocar los 13 años transcurridos desde aquella “Campana de la Memoria” inaugural, y a todos los compañeros que compartieron esta construcción, y a los que ya no están pero siguen con nosotros: Domingo Trupia, Sergio Coltelli; Nancy González, y a los que nos acompañaron un trecho aunque después las circunstancias o las perspectivas nos hayan bifurcado, y a aquellos con quienes supimos discrepar y acordar lealmente (pienso en Guillermo Rodoni y su Teatro del Sol), y a la gente de La Rosa, con la que nunca dejamos de contar (en especial ahora) y, muy particularmente, con respeto y admiración, a Héctor “Tito” Baggio que fue quien intuyó, como política, la necesidad de algo superador del grupo teatral coyuntural, de la cuasi laborterapia para aficionados, y articuló un completo taller interdisciplinario, un espacio de real investigación y formación de profesionales de la escena.


De Miguel Dao, responsable de la puesta en escena. Comentario publicado por estos días en su blog personal(http://historietas—cine—teatro-por-dao.blogspot.com):

El año pasado, la Comedia de la Provincia de Buenos Aires llamó a concurso de antecedentes a dramaturgos para encargarles la tarea de escribir piezas sobre acontecimientos históricos bonaerenses. Uno de los elegidos fue Alberto Wainer, amigo y compañero de trabajo durante más de una década. Y la batalla de Obligado, el tema que le tocó. Posteriormente, la Comedia abre un nuevo concurso, pero esta vez de grupos teatrales, para el montaje de las obras que se habían producido. Con el TIT ’96, elenco que dirijo, y que depende de la Secretaría de Cultura de Campana, nos presentamos y fuimos seleccionados. Obviamente que habíamos solicitado el texto de Wainer: “Cielito, Triunfo y Detalle del Combate de Obligado”.

El autor toma como epicentro Obligado, pero lo proyecta hacia atrás y hacia adelante en el tiempo, exponiendo toda la complejidad del hecho. Así, desde el Congreso de Viena, donde después de la caída de Napoleón, las grandes potencias comienzan a abrirse paso al mundo, hasta la derrota de Rosas en Caseros, el dramaturgo apela a innumerables testimonios, componiendo un auténtico fresco histórico. Obra “río”, que atraviesa espacios y situaciones en las voces de tres narradores populares. Ellos son, al tiempo que rescatan la tradición de la oralidad en la transmisión de la historia, quienes encarnan también personajes y circunstancias. Y todo eso, con los aires de un cielito, que aparece desde el título mismo, remitiendo a los inicios del teatro nacional.

Por razones de producción, y el corto tiempo que teníamos para realizar el espectáculo, tuve que asumir el doble rol de actuar y dirigir. No lo hacía desde mis soberbios e inconcientes quince años. La práctica me enseñó que resulta siempre una empresa muy difícil, dado que se pierde objetividad sobre el trabajo. A esto se sumaban aquí las complejas características de la pieza, donde cada uno de los actores debía asumir más de una decena de personajes. De modo que la primera decisión que tomé fue la de ejercer la dirección desde la interacción con los otros dos actores (Diego Carfagno y Javier Marizaldi), dejando de lado la “puesta de imágenes” y centrándome en conflictos y espacios. Para determinar los últimos, conté con la invalorable colaboración de Alicia Levy (escenógrafa y vestuarista), con la que llegamos, tras varias hipótesis, a una resolución espacial sencilla y sumamente clara.

Pero antes hubo otro aporte esencial para imaginar la puesta.

Lito Cruz, director de la Comedia, lanzó oficialmente el proyecto de “El Teatro y la Historia” en diciembre del año pasado, poco después de haberse dado a conocer la selección de elencos. Se pidió a éstos que hiciesen, para acompañar el lanzamiento, una escena, un semimontado, una lectura, lo que tuvieran. Nosotros nos largamos con una audición radial.

Esto permitió que el autor, que estaba para esa fecha trabajando en España, la escuchara por internet junto a su hija -actriz y directora, radicada allá-. Marina Wainer comentó entonces que nos veía tomando mate junto a un fogón y relatando.
Tomé literalmente esta imagen para arrancar la obra.

Otra decisión inicial fue que hubiera un músico acompañando en escena, no sólo las canciones que uno de los actores debía interpretar, sino también la acción dramática. De este modo, el querido Negro Correa, otro amigo de años, se convirtió en vital soporte de la obra. Aún hoy, en funciones y ensayos, seguimos investigando nuevas incidencias de su guitarra y su caja.

Finalmente, partí de que los tres narradores no fuésemos Diego, Javier y yo en tanto actores, sino personajes que habían vivido aquellas gestas o escuchado de ellas y como tales las transmitiesen. Y desde allí, también, contarían brechtianamente la galería de personajes. O sea, desde una posición tomada: mostrando en toda su ferocidad a los invasores, a los traidores a la patria, a los ávidos representantes de las grandes potencias. Ridiculizándolos, inclusive. Y por el contrario elevando a la heroicidad a los defensores de la independencia de la República. No hacía con esto más que seguir los lineamientos ideológicos de la obra de Wainer.

Deseché en consecuencia la opción de construir actoralmente desde psicologismos, para centrarnos en comportamientos de aves de rapiña, cerdos y monigotes, para los extranjeros. Propuse caracterizar con refinados amaneramientos a uno de los bandos nacionales, y poner “bárbara” pasión en el discurso patriótico del otro. Hay escenas donde siento que hemos alcanzado un alto grado de intensidad dramática, a partir de la sola confrontación de discursos políticos e ideológicos.

Acordamos con Javier Marizaldi, también cantante, que su desempeño como tal tendría la calidad del actor que pasa a contar cantando. De modo que ni música ni intérprete se convirtieran en adorno de la acción, en escena autónoma, sino en parte fundamental de la progresión dramática, como ya apunté.

A todo esto se sumó, como trabajo previo, un profundo estudio de las circunstancias históricas que rodearon los hechos que el texto teatral plantea.

Lo que siguió fueron largas horas de ensayos, construcción escenográfica, realización de utilería y vestuario, puesta de luces (con Pedro Villalba, un técnico impecable y entrañable amigo, además) y el estreno de la primera parte de la obra en la jornada de vigilia del 23 de marzo, en memoria de la criminal dictadura del ’76.

Esta fecha fue propuesta por la Comedia, y acordábamos en que resultaba ineludible participar. Pero casi ninguno de los grupos que formaba parte del proyecto “El Teatro y la Historia” llegaba aún con la obra completa. De modo que nuevamente se propuso la modalidad de semimontado. Nosotros elegimos estrenar una primera parte, a la manera de las piezas históricas de Shakespeare. En aquél final, luego de haber narrado la batalla de Obligado, los historiadores populares, los contadores de gestos y gestas, los ancladores de la memoria -como los define Wainer-, consumidas ya las brasas del fogón alrededor del cual estaban reunidos, invitaban a los oyentes seguir al otro día. Habiendo convenido esta solución provisoria con el autor, nos terminó gustando tanto, que la incluimos como separador, como necesario respiro después de la batalla perdida, al estrenar la pieza completa.

Lo menciono como ejemplo de una dramaturgia integral, que incluye a todos los participantes del hecho escénico y que aprovecha hasta los accidentes del proceso creativo.

No es el único caso, por supuesto. Permanentemente consultaba a Alberto sobre posibles cambios en textos o escenas, que él no sólo aceptaba de muy buen grado, sino que mejoraba con nuevos aportes. También, al día de hoy, seguimos revisando detalles.

El contrato de co-producción con la Comedia de la Pcia. Incluía una gira por varias localidades, que hemos cumplido el mes pasado.

En provincia no hay crítica especializada para exhibir. Pero sí nos quedamos con inteligentes, fervorosos y emocionados comentarios del público. También con la aprobación del autor, que debe ser una de las personas que más sabe de teatro en la Argentina.

De no haber mediado el virus de la locura… ah, no… de la gripe, yo tendría que haber estrenado ya un nuevo espectáculo en Capital, en calidad de actor (será para el mes venidero), por lo que acordamos con el TIT que “Cielito…” suspendiera sus funciones por un período relativamente largo.

Mucho antes de lo pensado, volvemos a recrearla, gracias a la invitación del Teatro Nacional Cervantes, para presentarnos en el marco de la VII Feria del Libro Teatral.

Será el miércoles 12 de agosto, en el Salón Dorado. Temprano, a las 18:30 hs., ya que voy a tener que salir rajando para hacer función de la otra obra.

El texto de Wainer se merecía ese marco. Y aunque suene inmodesto… el TIT, también.


De Marcelo Valko, Asesor Histórico del programa “Teatro e Historia; Hacia el Bicentenario” de la Comedia de la Provincia de Buenos Aires, en el marco del cual se inscribe esta obra.

Cielito, triunfo y detalle del Combate de Obligado, del dramaturgo Alberto Wainer presenta el inusual Combate de la Vuelta de Obligado, donde las fuerzas patriotas resolvieron cerrar el río Paraná para evitar el paso de la fuerza naval extranjera. El 20 de noviembre de 1845, la Confederación Argentina se enfrentó contra la escuadra anglo-francesa que pretendía libre comercio y tránsito para sus productos. Wainer, mediante un texto ágil y límpido, resuelve en forma contundente ese momento, y nos sitúa en aquel combate increíble, cuando nuestro país, a falta de medios bélicos adecuados, resolvió “encadenar” uno de los ríos mas caudalosos del mundo para evitar el paso enemigo. Cielito…, como si se tratase del río de Heráclito, fluye en un devenir de situaciones, al mostrarnos uno de los rostros más complejos de nuestra Historia.

Esta obra forma parte del ciclo “Teatro e Historia Hacia el Bicentenario” que desde la Comedia de la Provincia de Buenos Aires, encabeza Lito Cruz. De esos temas, sobresale por lo insólito de la acción y lo intrincado del contexto nacional e internacional, la Vuelta de Obligado, complejidad que Wainer maneja con la extraordinaria soltura de un hombre de teatro que conoce no sólo su oficio sino el claroscuro de los hombres.

En todas las obras del ciclo “Teatro e Historia” que abarcan desde las Invasiones Inglesas hasta la batalla de Caseros, buscamos como lo muestra el texto de Cielito…, la reflexión sincera sobre la Patria. La aproximación al ideal que soñaron nuestros mejores hombres y mujeres, y que aún hoy, llegando al Bicentenario, continúa pendiente en aquel deseo, que desde una de las estrofas del Himno prometió “ver en el trono a la noble igualdad”.


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.