Corrupciones

“Los embajadores atenienses se dirigen a las autoridades de la isla de Melos: Se trata más bien de alcanzar lo posible de acuerdo con lo que unos y otros verdaderamente sentimos, porque vosotros habéis aprendido, igual que lo sabemos nosotros, que en las cuestiones humanas las razones de derecho intervienen cuando se parte de una igualdad de fuerzas, mientras que, en caso contrario, los más fuertes determinan lo posible y los débiles lo aceptan.” Fragmento del “El diálogo de los melios” un pasaje del Libro V (85-113) de la “Historia de la Guerra del Peloponeso” del historiador griego Tucídides (Antigua Atenas, c. 460 a. C.-Tracia, c. ¿396 a. C.?)

1
EN SU PRIMERA OBRA EXTENSA, “LA PESTE VIENE DE MELOS” ESTRENADA EN POR EL TEATRO FRAY MOCHO, EN 1956, Osvaldo Dragún creaba con un episodio de la guerra del Peloponeso -el conflicto militar de la Antigua Grecia que enfrentó, entre 431 a. C. y 404 a. C., a las ciudades formadas por la Liga de Delos (encabezada por Atenas) y la Liga del Peloponeso (encabezada por Esparta)- una metáfora notablemente eficaz del golpe de estado e invasión mercenaria organizados por la CIA estadounidense para derrocar a Jacobo Arbenz, el Presidente de Guatemala democráticamente electo que, “corrompido” por las ideas del comunismo soviético, se negó a la ampliación de concesiones exigidas por la United Fruit Company que, hay que aclararlo, ya disponía del 70 por ciento de las tierras cultivables. La historia que nos cuenta Chacho es la de la Isla de Melos, encaprichada en mantener su soberanía y por eso, un pésimo ejemplo para las demás regiones sometidas a Atenas. En consecuencia, rápidamente se detecta “una peste” cuyo origen se atribuye a Melos, la que -por razones “ostensiblemente defensivas”- debe ser exterminada.

2
LEO Y SUBRAYO UNA FRASE ESCRITA EN 1977, QUE JOHN KENNETH GALBRAITH PERFECTAMENTE PODRÍA HABERLE PLAGIADO A CARLOS MARX: “La corrupción es inherente al sistema capitalista porque la gente confunde la ética del mercado con la ética propiamente dicha”
Lo que significa, si no interpreto mal, que en el mundo que vivimos (que es todo el mundo) la corrupción hace a la naturaleza y la ética a la anomalía.
El ciudadano asume –consciente o inconscientemente- que la derecha está condicionada a ella, como a un reflejo, que sus vínculos estrechos, familiares, con el dinero y los negocios, la compulsan a ejercerla. Odian, en cambio, a quienes se proclaman de izquierda o progresistas e, inconsecuentemente, utilizan algunos de esos métodos privativamente congénitos de sus opuestos ideológicos.
De alguna manera, y aunque de ello resulte una paradoja cruel, subyace en esa relación maniquea un rasgo de reconocimiento ético, de justicia, casi un homenaje: la derecha depredando, igual que el alacrán de la fábula que pica y mata a la rana que le salvó la vida, obedece a su naturaleza, la izquierda, por el contrario, se traiciona.
En esa narrativa, a la ineficiencia y la corrupción se las da por enquistadas en la “cosa pública” (El Estado, La Política), tan obviamente como al gusano en el corazón de la manzana, mientras que al mercado (al “sector privado”) se lo conjetura eficiente, aséptico, técnico. En consecuencia se concentra la atención y la repulsa moral sobre el corrupto (público, estatal) y se la aparta del corruptor (privado, empresarial), y, de paso, se encubren conflictos sociales reales y se anestesia o se cambia el foco de indignación de los sectores subalternos.
Jessé Souza, el gran sociólogo brasileño, en “La élite del atraso” (de lectura imprescindible tras el triunfo de Bolsonaro) afirma que el gran problema para nuestros países no es la violencia ni la corrupción, como nos lo hacen creer los titulares y las crisis política; esos, ciertamente, son asuntos serios (la corrupción es una conducta socialmente deleznable, y los gobiernos progresistas que durante la primera década del siglo XXI accedieron al gobierno en numerosos países de América Latina nos deben una autocrítica por su práctica) pero no dejan de ser síntomas de una enfermedad mucho más grave, llamada desigualdad.

3
SEGÚN LA INVESTIGACIÓN DE JULIÁN MARADEO E IGNACIO DAMIANI (RADIOGRAFÍA DE LA CORRUPCIÓN PRO, PLANETA, 2018) las sospechas que pesan sobre la administración “M” son de una magnitud exponencialmente mayor que cualquier otra atribuida a gobiernos anteriores. A esa característica hay que sumarle la complicidad de jueces carentes de toda imparcialidad, lo que da lugar a inferir una impunidad entre los macristas de verdadero escándalo.
No obstante, contra los datos de la realidad, el diccionario del macrismo y sus aliados -continuadores objetivos de las políticas económicas y sociales impulsadas por la dictadura cívico-militar y luego por el menemismo de los años 90- ha incorporado los vocablos “Kirchnerismo” y “Populismo” en general, como sinónimos de corrupción. Por supuesto, las grandes corporaciones mediáticas encargadas de deformar nuestra percepción de la realidad, aquellas que engrosan lo que los estrategas del Pentágono llaman “guerra de cuarta generación” (guerra mediático-psicológica), han elevado a dogma esa resignificación falaz, pero lo que resulta patético es advertir que los propios damnificados, por desdeñosa negligencia o, mucho peor, por mala consciencia, consienten que la trampa funcione.
Desactivar el discurso de la corrupción, en tanto que teoría política reaccionaria, no pasa por soslayarlo, Gramsci insistía en que sólo entendiendo la estrategia del enemigo estaríamos en condiciones de construir una estrategia propia, «Si un enemigo te hace daño y vos te lamentas, sos un estúpido, porque lo propio del enemigo es hacer daño» decía.
Es necesario, entonces, administrarles su propia medicina y, dada la extrema sensibilidad de la problemática en la percepción ciudadana, ubicar al desenmascaramiento de las estrategias del neoliberalismo para instalar en el centro de la escena la agenda de lucha contra la corrupción, mientras, tras bastidores, el FMI y el Capital Concentrado fraguan la inoperancia de tal lucha, entre las tareas políticas prioritarias.
Mal que le pese al compañero Juan Grabois, la corrupción cero (al menos hasta que cumplamos con los imperativos de Marx y Rimbaud de “cambiar el mundo” y “cambiar la vida) es tan inalcanzable como la pobreza cero. Cleptómanos y coimeros hay y hubo en todos los países y, más allá de su signo y color político, en todos los gobiernos.
Vamos entonces a pedirle prestado a la gobernadora de la provincia de Buenos Aires la única frase de su cosecha con la que coincidimos: “No somos todos lo mismo”.

4
HAY QUE APRENDER A DISTINGUIR ENTRE LA CORRUPCIÓN CIRCUNSTANCIAL Y LA SISTÉMICA. El maestro Aldo Ferrer, sin absolver a ninguna de las dos, precisa las diferencias: En el modelo nacional y popular, la corrupción es vernácula: se manifiesta principalmente en ilícitos vinculados a transacciones en el mercado interno y su modalidad más notoria es la “coima”. En el neoliberalismo es cipaya, porque tiene lugar principalmente a través de la especulación financiera con el exterior y la extranjerización de la explotación de los recursos naturales y los servicios públicos. Es decir, agrede la soberanía. Por su magnitud y consecuencias colaterales, la corrupción y el ‘capitalismo de amigos’ propios del modelo neoliberal son mucho más graves que los ilícitos vernáculos característicos del nacional y popular.

5
No bien destruida Melos y algunos otros potenciales focos de infección, la ciudad Estado de Atenas sufrió una epidemia desbastadora, así nos lo informa Tucídides que, aunque contrajo el morbo logró sobrevivir.
La peste brotó en la ciudad abarrotada que perdió, aproximadamente, un tercio de su población, cobijada tras sus muros y protegida (creían) del enemigo externo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.