Es como si, hasta el final de ese libro único que es nuestra propia vida, todo lo leído, y muy especialmente lo que se presume olvidado, siguiera espumando, sin desgaste, en los rincones más secretos y resguardados de la memoria.
Hoy, un amigo publicó en su página un soneto de Francisco Luis Bernárdez y eso, como era inevitable, puso en funcionamiento una mecánica obsesiva de asociaciones, resonancias e indagaciones a la que, lo sé desde el principio, me es imposible no entregarme.
Sabía que, partiendo de la figura que partí , necesariamente, en una de las vueltas de la madeja, me esperaba Leopoldo Marechal, y así fue, sin pensármelo, por puro instinto, busqué sus “Cinco poemas australes” – cuya primera edición (Convivio, Buenos Aires, 1937) me había regalado, a finales de los 90, una de las hijas del poeta, María Angélica Marechal.
Y el encuentro sucedió con absoluta naturalidad, teníamos una cita. allí estaba el poema, con sus cuatro versos subrayados (aunque la tinta había empalidecido y yo, bueno, yo también.):
(…) El caballo es hermoso como un viento
que se hiciera visible,
pero domar el viento es más hermoso
y el domador lo sabe. (…)
Ahora ni tenía necesidad de leerlo por me lo sabía de memoria, pero, lo juro, cuando, escribí “Los ojos secos” uno de los relatos de “Visitación”, el libro que publiqué en 2021, “A un domador de caballos” ni se me pasó por la cabeza, sin embargo el poema, ya estaba, todo en él, le prestaba su aliento…y sigue estando.