Alberto Wainer

Forges

PIENSO…LUEGO ESTORBO…ME TEMO

 

Forges, el gran dibujante, el humorista genial, el más talentoso de los artistas gráficos del último medio siglo de la historia de España (el de la oportunista reconversión democrática de los franquistas y la traición a la legalidad republicana) creó, un lenguaje absolutamente propio que, naturalmente –siempre ocurre con los grandes artistas populares- preexistía a su anclaje artístico.

El hombre no puede imaginar lo que, de alguna manera, no está en su experiencia: tipos, paisaje, habla. Lo nuevo, lo ingénito de la invención, es la mirada, y la mirada de Forges, como las radiografías, reveló una realidad sustantiva, una realidad (el universo forgiano) que, una vez desvelada, fue reconocida como propia y conformativa por sus compatriotas.

Mi experiencia personal como lector de Forges se inició con un estrepitoso fracaso (igual que con Joyce y Beckett) admiré al dibujante pero lo textos me resultaron una galimatías, cuando reincidí –aproximadamente dos años después- me asumí, con toda naturalidad, como personaje de ese variopinto universo forgiano”. Yo era, exactamente, como cualquiera de los dos náufragos que, en una isla mínima, tienen que combatir la soledad y la añoranza con una hipertrofia de la fantasía.

Forges me enseñó mucho sobre exilios. Ya de regreso a Ítaca, todavía exiliado (y me parece que para siempre) leo y releo a Forges, me rio con Mariano y Concha y Peralejos, con las viejitas de negro y (¿?) con pañuelos blancos, del bracillo con su bufanda y su amigo caminando por los campos de Castilla, cuando uno le dice al otro: “ahí la tienes, báilala”, y cada día me parezco más al naufrago de la isla, que cada vez que le cagaba un pájaro o se le caía un coco en la cabeza se quejaba del país….”¡país!”

Salir de la versión móvil