Creo que, en julio de 2020, en esos días de apocalíptica pandemia, (así los describía) remedando a Cioran repetía que había que guardar silencio sobre lo que no había sido releído, también que ningún libro pueda ser leído dos veces y, por lo tanto, no se regresa a él o a su autor, se lo descubre cada vez. El libro releído, decía, es un espejo impiadoso que, cualquiera sea su fábula, lleva implícita nuestra historia, y entonces contaba que acababa de encontrar en “La carretera”, de Cormac McCarthy, este párrafo subrayado dos o tres años antes “…que los sueños correctos para un hombre en peligro eran sueños de peligro y que lo demás era sólo la llamada de la languidez y de la muerte “.
Hace muy poco, el 3 de febrero exactamente, a propósito de “El pasajero” y “Stella Maris”, dos novelas que funcionan cada una, como parte desgajada pero absolutamente necesaria de la otra, me congratulaba porque a los 90 años, y dieciséis años después de “La carretera”, Cormac MacCarthy había vuelto a publicar una novela,
Ayer me dijeron que había muerto, y -¿Qué les voy a contar?- claro que sentí una gran tristeza y también una enorme soledad, pero además supe, con absoluta convicción, que no había razones para las despedidas, que, en lo poco o mucho que me resta de vida, voy a continuar coincidiendo con él, porque aunque suene como una aporía, aún me quedan por descubrir El guardián del vergel, La oscuridad exterior, Hijo de Dios, Suttree, Meridiano de sangre, Todos los hermosos caballos, En la frontera, Ciudades de la llanura, No es país para viejos, La carretera, El pasajero, Stella Maris, etcétera, etcétera….