40 años de la muerte de Tennessee Williams

 

(*) Musiquita lejana, de feria…

 

ACTOR/NARRADOR:

…. Les leo esto y terminamos… ¿de acuerdo? (BUSCA EN UN LIBRO, Y CUANDO ENCUENTRA LEE) Parque de diversiones, algo así como un escenario para un ballet fantástico, etcétera…un tablado pequeño con brillantes telones de brocado rojo y dorado., etcétera, las candilejas están encendidas, el telón cerrado, etcétera, etcétera, a ver… (MÁS DETALLE EN LA BÚSQUEDA) Aquí. Pequeñas estructuras maravillosamente coloreadas, siempre girando, a cierta distancia, etcétera, etcétera… ¡la calesita!… su música ligera y repetitiva, a veces rápida, a veces lenta- con muchos comienzos y detenciones, ¡ah! Y las risas, si, las risas, en el fondo las risas, los murmullos, etcétera… (INTERRUMPE LA LECTURA) Leía y me acordaba, vaya a saber porqué, de un circo trashumante que soñé siendo un chico, en él coexistían de manera increíblemente pura, la ferocidad y la belleza ¿Cómo recordarán los payasos aquel momento de su niñez, en que fueron espectadores de otros payasos que parecían felices?

(INTENTA REUBICARSE EN EL TEXTO PARA SEGUIR LEYENDO) La cuestión –y es mejor que siga leyendo- es que un payaso, con el corazón roto entra por la izquierda: ¡Lo perdí, lo perdí! ¡Nunca más lo voy a encontrar! – grita y llora.

Sostiene en lo alto un delicioso aro cubierto de lentejuelas, un aro del tipo que se usa para hacer saltar a animales entrenados. Todos lo ignoran deliberadamente, excepto una chica., que le pregunta con simpatía qué es lo que perdió.

– ¡Mi perrito entrenado que solía saltar y saltar y saltar! ¡Justo por la mitad de este aro!

– ¿Qué le pasó? – quiere saber ella.

– ¡Saltó demasiado alto y desapareció por completo! – le contesta el Payaso y se aleja sollozando, solo seguido por la mirada de la chica…

(UN TIEMPO) Y volviendo a aquella charla con los estudiantes de arte dramático de la Universidad de Yale de la que hablábamos, recordarán que el único que parecía prestarme atención y hasta haber entendido algo de lo que yo trataba de decir era aquel perrazo negro acomodado en las rodillas de un alumno.

Y ahora…ahora el perro se había perdido en la luna.

Hay un instante sin retroceso. He terminado para siempre con el tipo de piezas que me hicieron popular, el público parece condicionado por un tipo de teatro muy distinto al que yo quiero hacer, además, finalmente, uno aprende a escribir obras tan buenas que no hay modo de tener éxito con ellas ni ganar dinero.

Pero es inevitable, cuando alguien pasa un período muy largo de reclusión como el que se impone quien se ha alejado casi desdeñosamente del contacto humano, anticipándose a la reclusión final del no-ser y éste llega, a su fin, si uno aún está con vida, siente un casi insaciable deseo de reconocimiento, tanto artístico como humano. Esa es la razón número uno. La otra es casi cómica: Tengo miedo.

La verdad me resulta tan desconocida como al perro.

Pero no hay ningún motivo para hacer de esto, o con esto, un drama, siempre hay un tiempo para irse, aunque no exista un sitio a donde ir y, sea como sea, la muerte es un momento, uno solo, la vida, en cambio, muchos.

 

(*) Con este texto (nuestro queridísimo Arturo Bonín era el Actor-Narrador) cerrábamos “El perro en la luna”, una ceremonia dramática con la que, en el transcurso de la Feria del Libro Teatral de 2011, conmemoramos los cien años del nacimiento de T.W. El ámbito era el de la Sala Orestes Caviglia del Teatro Nacional Cervantes.

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