Él también era Borges

Si usted ha sido yo, ¿cómo explicar que haya olvidado su encuentro con un señor de edad que en 1918 le dijo que él también era Borges?”
EL OTRO, de “El libro de arena”, 1975

Borges, era un escritor genial, también mentía genialmente y, además, tenía el don de convertir en axiomas irrefutables sus prejuicios. Su recurrente falsa y socarrona modestia lo absolvía de la obligación de fundamentar sus ideas. Además ¿Qué obligaba a Borges a hacerse cargo de las opiniones del personaje que sin ser su “Yo” incomunicable, escribía el Aleph o Ficciones, conferenciaba sobre la “La Cábala”, “La Divina Comedia” o “Las pesadillas”, respondía a los entrevistadores, y existía bajo la mirada del público? Ese conjetural J.L.B. que siendo, además de ciego, sordo (por lo menos en lo que respecta a la música) le enseñaba música a Piazzolla, que habiendo estado escasos cuarenta y cinco minutos en una cancha de futbol (ocupados en su totalidad en hablar de literatura con Amorin) le daba cátedra de fútbol al flaco Menotti y que, para probar que una literatura nacional puede prescindir del color local, usaba ejemplarmente El Corán que –escribía- “no tiene camellos”, convirtiendo en irrelevante el dato de que por las suras del libro sagrado de Islam, desfilen más camélidos que por las tres horas de la película «Lawrence de Arabia». Ese Borges, decía, “ese Otro, al que se le ocurrían las cosas”, declaraba, por ejemplo, que es una insípida y notoria verdad que el arte no debe estar al servicio de la política y, como carecía del prurito de pregonar con el ejemplo, se dedicaba en exclusividad –como Sarmiento y Lugones- a la literatura política (a la que rebautizó como “fantástica”).
Así, uno de los dos Borges fue tan enorme, que les puso muy difícil a quienes lo sucedieron exorcizar al Borges que fatalmente contaminaba sus obras. Para el otro – aquel que catalogó como “andaluz profesional” a García Lorca, que acababa de ser asesinado, y a Eva Perón como “Prostituta”, el mismo que elogió como patriotas a quienes bombardearon Plaza de Mayo en 1955 y fusilaron en 1956, porque “hicieron lo que había que hacer”, el que agradeció al “Caballero” Videla “el golpe de Estado que salvó al país de la ignominia”, el que al aceptar el doctorado honoris causa de manos de Augusto Pinochet, se congratuló porque “aquí, también en mi patria, y en Uruguay, se esté salvando la libertad y el orden, sobre todo en un continente anarquizado, en un continente socavado por el comunismo”, para ese ciudadano al que, humildemente, me atrevo a pensar tan mensurable éticamente como usted y como yo, ferviente militante del odio y apologista de dictadores y genocidas, solicito también justicia.
Leo a Juan Gelman: “Es conocido el despiste de las opiniones políticas de Borges”, A Ricardo Piglia: “(…) sus aspectos reaccionarios eran también un poco de ignorancia”, A Horacio González: “(…) Después están sus opiniones políticas, sus actos políticos, con la capacidad de irritar pero hay que verlas como actos infantiles. Hay un manejo del infantilismo en la opinión de Borges que contrasta tan agudamente con su literatura” y, con este talante concesivo, casi paternal, podría alzarse toda una biblioteca, en la que, por supuesto, se colaría –pícaro como siempre- el propio Borges: “Sí, mucha gente me ha acusado de no estar al día. Pero, ¿qué podía hacer yo? Vivo solo, no conozco mucha gente, no leo los diarios. Sólo escucho lo que mis amigos me dicen y ellos pertenecen a otra clase. Pero ahora claro que sé sobre toda esa miseria y todos esos crímenes, uno detrás del otro. Es por eso que no hablé antes. “Ignorancia, querida señora, mera ignorancia”, como decía el doctor Johnson. Ahora creo que sé más y me siento triste, amando como amo a mi país”.
El analfabeto político, idiota moral y escritor genial usó, magistralmente la por entonces novísima teoría “de los dos demonios” y, tras haber considerado la democracia como un error de las estadísticas, se constituyó en sinónimo de demócrata.
Dicho esto, reitero: Me deleito leyendo y releyendo “El Aleph” o “Ficciones” y me irrita cuando alguien desmerece estas obras geniales por las actitudes y opiniones políticas del señor que las escribió. También admiro (como escritores) a los colaboracionistas franceses Louis-Ferdinand Céline, Drieu La Rochelle, al noruego, Knut Hamsun, al norteamericano Ezra Pound, y considero a Heidegger como el mayor filósofo del siglo XX, no se me ocurriría, sin embargo, citar a ninguno de ellos como protagonistas (ni siquiera por el infalible mérito de una frase ingeniosa) de ninguna resistencia democrática.

Todas las reacciones:
10Alicia Levy Wainer, Victor Alejandro Wainer y 8 personas más
Marina Saadia
Excelente, como siempre.
Tocas un tema que muy seguido me cuestiona
La séparation (o no ?) de la persona y el artista. No solo en Borges, por supuesto. El valor de la obra y el rechazo del valor del personaje. Quid …
Alberto Wainer
Hay quienes prefieren creer que a sus a sus artistas o poetas queridos ( pongamos como ejemplo a Paco Urondo, Victor Jara o García Lorca) los asesinaron por escribir hermosos poemas o canciones, y para nada por los compromisos que asumieron en razón de sus ideas. Con Borges, (aunque nadie felizmente lo fusiló, pasa algo parecido, pero a la inversa. Alejandro Vaccaro, por ejemplo, “lo absuelve” de la Política “Borges era ideológicamente un adolescente, nunca tuvo una ideología clara..”. La de Osvaldo Soriano, por lucidez, es una opinión casi excepcional “Hay que ver cómo este país da un Borges, cómo esta sociedad lo produce, cómo se compatibiliza un Borges con un Videla. Es que en Borges está Videla, y en Videla está Borges.”, también es una de las pocas que no le falta el respeto, respeta su biografía, no lo despoja de sus pasiones, de su odio visceral, no lo maquilla grotescamente,
Felizmente, contra los justificadores del ciudadano Borges, quedamos los que lo admiramos al escritor, crítica y gozosamente y, desde hace muchos años, recaemos en “Ficciones”, El Aleph, etcétera…

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