Anoche, de un tirón, leí “La historia siguiente” del holandés Cees Nooteboom, de quien sólo conocía “Tenía mil vidas y elegí una sola” (selección de fragmentos de sus novelas, relatos, poesías y ensayos de viajes, realizada por Rüdiger Safranski) y “El desvío a Santiago”, un libro de viajes con cuyo viajero protagonista -sobre todo por su proclividad a dejarse tentar por caminos laterales, atajos y digresiones- me sentí totalmente identificado.
Así fue, como, congruentemente, me desvié del propósito de dedicar exclusivamente la cuarentena a la postergada revisita de algunos amados amigos epifánicos (Doctor Glas, de Hjalmar Söderberg, El ángel que nos mira y Del tiempo y el río, de Thomas Wolfe, Las encantadas, de Herman Melville, Los cuadernos de Malte Laurids Brigge, de Rainer M. Rilke, Jakob von Gunten, de Robert Walser, Los monederos falsos, de André Gide, Bella del Señor, de Albert Cohen, etcétera) y me di permiso para tragarme de un bocado esta novelita de 82 páginas.
En “La historia siguiente” Herman Mussert (Sócrates para sus alumnos de la escuela secundaria) un profesor neerlandés de lenguas muertas, se acuesta en la cama de su departamento de Amsterdam y amanece, al día siguiente, en la habitación de un hotel de Lisboa ¿Qué sucedió? ¿Ese hombre que se levanta y se mira al espejo es realmente él mismo o es otro que tiene sus rasgos y sus recuerdos? Y el escalofrío que siente no lo motiva el terror, sino la perplejidad ante la hipótesis de ser ese otro o estar muerto: “Me desperté con la ridícula sensación de que tal vez ya estaba muerto, pero en ese momento no pude determinar si ya estaba muerto de veras, si había estado muerto, o si por el contrario no lo estaba… La muerte- había aprendido- no era nada, y si estabas muerto- esto también lo había aprendido- se paraban todas las consideraciones”.
“Todas estas metamorfosis mías son metáforas de tus metamorfosis”…
“¿Puedes descifrar todavía mis tiempos? Ya son completamente pasado. Aquí estoy de nuevo, el imperfecto que reflexiona en el pasado sobre el pasado, imperfecto sobre pluscuamperfecto”…
Una mirada deslumbrante, irónica y erudita sobre el sentido del ser y la apariencia (la biblia para “Sócrates” Mussert (*) es “La Metamorfosis” de Ovidio) que, además de a la proverbial mariposa de Chuang Tzu, recurre obstinadamente a Fernando Pessoa: “¿Qué puedo saber de lo que seré, yo que no sé lo que soy? / ¿Ser lo que pienso? ¡Pienso ser tantas cosas!/ ¡Y hay tantos que piensan ser esas mismas cosas que no podemos ser tantos!”
Yo (aunque como el viajero que entiende la vía, el camino, como desvío, y el viaje como un desvío de desvíos y, en consecuencia tarde en retomar el rumbo) traté, con poca suerte, de avocarme en este apunte únicamente a dejar constancia del encuentro en Lisboa de Fernando Pessoa (y sus cien heterónimos) con Jan jacob Slauerhoff, el mayor poeta neerlandés del siglo XX, encuentro del cual no hay documentación alguna, pero que, por tiempo, espacio y metafísica fue, además de verosímil, inevitable. Así lo afirma Mussert, con la misma convicción que lo embriaga cuando revisa las traducciones de Heródoto: “. Siempre he tenido debilidad por este fabulador transparente; la historia inventada es más atractiva que el soso terror de los hechos.”.
Además la perspectiva contribuye a la convicción, el Castelo de São Jorge, la antigua ciudadela medieval de Lisboa:
(…) Toda esta ciudad es despedida. Borde de Europa, última orilla del primer mundo, allí donde el enfermizo continente se hunde despacio en el mar y se derrama hacia la gran niebla a la que se parece hoy el océano. Esta ciudad no pertenece al presente, aquí es más temprano porque es más tarde. El ahora banal no ha empezado todavía, Lisboa vacila. Esta tiene que ser la palabra; esta ciudad demora la despedida, aquí se despide Europa de sí misma. Canciones lentas, plácida decadencia, gran belleza. Recuerdo, dilación de la metamorfosis”.
(*) Mussert, en Holanda, suena parecido a “mostaza”, es también el apellido del líder de los colaboracionistas de la Holanda ocupada por los nazis. Un personaje patético, despreciado por Hitler y considerado un traidor por sus compatriotas y, en consecuencia, fusilado tras la liberación.