Como ya conté, el viernes pasado fui al Teatro Boedo XXI para ver “En memoria de Baby”. Comparto con sus creadores (Miguel Dao, autor y actor; Rosario Zubeldía, actriz; y Marina Wainer, dirección) demasiada historia (personal y artística) como para arriesgar una lectura objetiva y, mucho menos, una crítica del espectáculo. Me limito, entonces, a estas pocas ideas que fui apuntando sin demasiado método.
1) No hace falta ser Stevenson para percibir en el asesino a nuestro semejante (obviamente también en su víctima), ni para observar en la trama desenvuelta del crimen, el espectáculo de una violencia estructural que, por algún desajuste trivial, ha excedido la rutina cotidiana. Asimismo, la normalidad (en la que según Nietzche ocurría la metafísica) y que el arte solía escarbar para descubrir abismos y misterios y revelarnos que lo esencial, ocurría más allá de las realidades aparentes (el otro lado del espejo -o, para el caso, del túnel- en el que se urdía nuestro destino) habiendo sufrido todos los estrechamientos históricos y espirituales de esta post-postmodernidad, y con su trasfondo histórico y existencial, pánicos, y hábitos, se confunden e indiferencian.
En esta epifanía inversa es el propio concepto de transgresión el que pierde sentido y por eso con las peripecia de las astrosas criaturas que la protagonizan, puede hacerse una tragedia, sí, pero bizarra, cómica y resignada.
2) Más allá de los astutos recursos distractivos, o conjuntamente con ellos (fragmentos temáticos, que propician horrorosas concurrencias perceptuales y favorecen la coincidencia espacial de los vivos y los muertos) lo que esencialmente desata el terror, la risa irrefrenable, el desconsuelo, la irritación, el pánico, es el eclecticismo estético, el amasijo de Hansel y Gretel, un thriller de clase “B” y los golpes de efecto del gótico kish, estrepitoso y barato lo que, definitivamente, desnuda las técnicas y retóricas del simulacro, de la amnesia, de la repetición maniática Todo lo que sucede, ha sucedido, o quizás no ha sucedido ni sucederá (y cualquiera de esas variables –o todas en simultaneidad- resultan verosímiles dado que la brumosa memoria de este Jardín de infantes naíf y macabro resultan, esencialmente, coartadas éticas (incluidas las substracciones y apropiaciones: la de Baby por ejemplo, o la de los niños desaparecidos, etc.)
3) Historia de ambigüedades, olvidos y traiciones, “En memoria de Baby” es, también y muy especialmente, una gran historia del amor, del único amor posible de perdurar: el que se abandona para poder reincidir en su búsqueda eterna.
4) Algo sobre el espacio: Durante toda la función, asocié con Aschwitz o con un Garaje Olimpo apresuradamente camuflado. De ahí el efecto falso. El color local, lo pintoresco, la capa superficial, el remiendo trucho justifica el rápido deterioro. Un proceso entrópico como el de la unidad de opuestos de Peralta y Torcuato en la situación de las presentaciones y también en la conformación de sus respectivas y, sospecho, intercambiables identidades.
5) La desmesura es inevitable: en cualquier caso, se confía a la acumulación de los datos de una cultura patética y esquizofrénica observada con tanto mimo y detalle que, obviamente, no puede resolverse en caricatura, y esto produce una poética abierta, en ella caben y se complementan absurdo y costumbrismo naturalista, aunque, esencialmente, “En memoria de Baby” se define como “Siniestro”.
Esta , estoy seguro, es la trama, el género, en el sentido más simple