Jugando al juego que jugamos

A un lugar que es (o puede ser) todos los lugares posibles: la esquina del barrio, un arrabal de la galaxia, el centro de una diana en el que confluyen el Norte y el Sur (pero también el Este y el Oeste), una cancha de futbol para patinaje sobre hielo, el interior de un guante, una galera o un bolsillo, una inmensa pizza de muzzarella y anchoas bailarinas de ballet, con una enorme aceituna invisible, el exterior del centro de la tierra, o de la luna, o de una manzana, el caparazón infinito de una tortuga, o más simplemente un humilde tablado de madera, una pista (o dos) de circo, un teatrito de títeres o ¿por qué no? -más simple todavía- el interior de una botella que guarda un mensaje, o en el que se han sumergido cinco buzos en busca de un tesoro o de un antiguo galeón pirata hundido que es, precisamente, el barquito guardado en la botella, y todos los otros sitios de encuentro que bien podrían ser, que casi podríamos afirmar son, pero que, por razones de espacio, no vamos a detallar.
A ese lugar, decíamos, llegan, se encuentran, aterrizan, aparecen, simplemente pasan o acuden puntualmente porque allí, vaya a saber cómo lo sabían tenían una cita, cinco criaturas de formas, colores y naturaleza tan fantásticas que casi, casi se parecen a nosotros, pero más. Mucho más.
Más todo: más divertidos, más locos, más mamarrachos y, sobre todo, más parecidos a nosotros Que nosotros.
También esa encrucijada a la que todos llegan podría describirse como tanto, tanto, pero tanto, que es más que todo, tanto, tanto, que casi es nada, tanto, tanto, que a primera vista semeja (y es) un espacio vacío. Claro que y esto todos lo sabemos- las maravillas, hasta que una tras otra empieza a producirse no ocupan lugar, son invisibles, insaboras, no pesan, ni se oyen, ni huelen, ni nada.
Y esa es la razón del encuentro de esos cinco que parecen llegar desde un capricho calidoscópico, desde un trompo musical, desde un planeta gordo e ingrávido como un globo: hacer visible la maravilla invisible que está ahí delante nuestro, y reconocer en ella lo que siempre estuvo con nosotros, al alcance de la mirada, como el cielo nocturno pletórico de estrellas, fragante como la humilde mata de flores silvestres que crece en el potrerito, cerca de casa o en la placita del barrio, misteriosa y entrañable como la musiquita de una caja de música.
Allí comienza el viaje, a través de las canciones, hasta el descubrimiento de que lo maravilloso está en nosotros, que nos acompaña día a día, que nos viene acompañando desde que nacimos y que si no lo vemos es porque no abrimos bien los ojos, ni los oídos, ni la alegría de jugar. Entonces sí, los cinco payasos astronautas, o juglares poli-monofónicos-diafónicos y eufóricos, o visitantes del otro lado del espejo, o exploradores de las junglas esmeraldas, o escaladores de las montañas de la luna y de las montañas de los fondos de los océanos, o aventureros del tiempo que fluye como un río y se despeña como una catarata, entonces sí: juegan con las palabras, y las desordenan con arte de prestidigitación , y las introducen en una galera, junto a un conejo, una baraja y una paloma, y sacan de ellas canciones locas, delirios onomatopéyicos, rimas absurdas, arcos iris, rocíos tornasolados, y viajan así ¿viajan? hasta ir dejando atrás el puerto triste de los lugares comunes, los significados triviales, la resignación, las lógicas sensatas, rutinarias, comedidas y condicionantes.

 

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