—¿Porqué te hiciste policía? —le preguntó
—Para que los blancos no fueran los únicos del barrio que llevaban
pistola
No hay forma de evitarlo, uno (al menos eso me pasó a mi) comienza a reírse desde la primera página, porque, y eso precisamente es lo que la hace tan amarga y tan dolorosa, ”Los árboles”, una novela mayor de Percival Everett, que parte del atroz asesinato del adolescente negro Emmett Till en 1955 y toma nota, con obsesiva meticulosidad, de todas y cada una de las más de seis mil víctimas de los linchamientos racistas en Estados Unidos en 110 años (*) es, parafraseando a Beckett, horriblemente cómica, también, probando clasificarla, una novela negra (lo que involuntariamente suma otro chiste) o más precisamente un hard-boiled, que en inglés refiere al endurecimiento de un huevo al ser hervido (acción que asimismo conecta con la trama, y juro que no me estoy pasando de gracioso) y fue la expresión que eligió Raymond Chandler en “El simple arte de matar”, para diferenciar a la novela del mundo profesional del crimen (del que el KKK , y la ultraderecha supremacista del Señor Naranja, Alias Donald Trump, sin duda, forman parte) del ejercicio hipotético, deductivo, en los que la resolución del misterio es el único y puro objetivo.
Ocurre que ni la constatación de la inevitabilidad de las carcajadas como música de fondo de una imagen con decenas de cadáveres, algunos colgando de los árboles desde hace más de cien años, otros, previamente castrados, estrenándose como tales y muchísimos otros, reapareciendo después de muchos años de muertos; tampoco su elucidación genérica -y ni siquiera el ejercicio de justicia literaria de fijar en la memoria lo que aún no ha sido superado, consistente en resucitar alegóricamente y devolver su nombre (en una hoja de papel en blanco, y a lápiz, para después de escritos borrarlos, y liberarlos) a las víctimas anónimas de los linchamientos racistas (*)– ninguno alcanza, decía, para definir cabalmente a este dispositivo perversamente inteligente (Joyce Carol Oates habló de ideas disfrazadas, de ficción de género), yo creo que el factor decisivo de la radicalidad de la escritura de Everett, está en la intuición por parte del lector de que lo que se le está contando, en lo esencial, es una historia que él ya conoce, que el recurso que la inducido es frío, deliberado, y que el consentimiento de la intromisión en un territorio obstinadamente negado de su conciencia, le ha sido provocado como una borrachera, mediante el exceso del horror y de la broma.
(*) -Esta es la cifra que ha logrado computar Mama Z, sabia, negra, bruja y uno de los personajes centrales de la novela; pero ocurre que Mama Z ha cumplido apenas Ciento cinco años y la práctica del linchamiento (muerte de personas por la acción extrajudicial de una muchedumbre) tiene muchos años más de práctica. Según datos reunidos por la Iniciativa para una Justicia Igualitaria (EJI, por sus siglas en inglés), más de 4.400 afroestadounidenses fueron linchados en el país entre 1877 y 1950 (no consta ni aproximadamente la cantidad de víctimas de otras etnias o nacionalidades, como amerindios, mexicanos, asiáticos e, incluso, italianos.