Sueños de peligro

¿Fue Emil Cioran el que escribió que habría que guardar silencio sobre lo que no se releyó? Ahora no podría confirmar la exactitud de la cita ni garantizar la identidad de su autor. Si alguien la dejó dicha, la suscribo, y si hasta ahora no, la asumo. La cuestión es que en el transcurso de la cuarentena más rigurosa leí pocos títulos nuevos, eso sí: nada de lo que releí se parecía a lo que alguna vez había leído. Es posible que eso signifique que no hay libro que puede ser leído dos veces y que, por lo tanto, no se regresa a él o a su autor, se lo descubre cada vez. El libro releído, además, es un espejo impiadoso en cuya luna, sin que importe la fábula, si abrimos bien los ojos, seguramente nos encontraremos. Encontré en “La carretera”, de Cormac McCarthy, este párrafo que subrayé hace ¿dos, tres años? (…) que los sueños correctos para un hombre en peligro eran sueños de peligro y que lo demás era sólo la llamada de la languidez y de la muerte”. Y en “La cuarentena”, de J. M. G. Le Clézio, leído en 2011 o 12: “Han sucedido muchas cosas, muchas cosas se han deshecho y se han vuelto a recomponer de otro modo: nuestros sentimientos, nuestras ideas, hasta nuestro modo de mirar, de hablar, de caminar y de dormir. Unos han muerto, otros han perdido la razón. Jamás volveremos a ser los mismos.”. Para proseguir el juego hace falta actuar en función de un hipotético futuro. actuar En consecuencia, inicio la lectura de “Los colores del adiós”, nueve relatos de Bernhard Schlink (el autor de “El lector”, aquella novela con la que, hará ya unos quince años, tanto me enojé y que tanto me fascinó). Lo abro entonces y me recibe con este párrafo: “Están todos muertos; las mujeres a las que amé, los amigos, mi hermano y mi hermana, y por supuesto mis padres, mis tías y mis tíos. Fui a sus entierros, durante un tiempo muy a menudo porque por entonces moría la generación anterior a la mía, luego raras veces y en los últimos años de nuevo a menudo, porque la que muere ahora es mi generación”. Por esta noche está bien; apago la luz y permanezco en vela un rato largo, antes de que el sueño me gane vuelvo a encenderla, subrayo lo leído (es como si arrojara al mar un mensaje en una botella) y entonces sí, me entrego. los hará forasteros uno de otro, incluso prefigura un reencuentro en que el deseo ya se habrá desangrado y entre ellos sucederá apenas una recíproca mirada de amable reconocimiento. El final hipotético es dulce, pero en lo más profundo, triste, y además, permite suponer una secuencia alternativa, en la que Hiperión y Diotima pasarán uno al lado del otro y se mirarán, en efecto, pero sin reconocerse.

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