ALVEARENSES EN FACEBOOK–GRAL. ALVEAR MENDOZA– Sergio Sendra (26/1/2024)
26 de enero de 1939 nació Alberto Wainer Actor, dramaturgo, escritor e investigador que vivió su infancia en San Pedro del Atuel.
Nació en Zárate, provincia de Buenos Aires, en 1939. A poco tiempo de haber nacido, la familia se traslada a San Pedro del Atuel buscando un nuevo futuro y nuevas posibilidades. Este tiempo marcará la vida de Wainer quien siempre en sus textos pone de relevancia personajes o momentos de lo vivido en su infancia en San Pedro del Atuel. Ya en su adolescencia la familia retorna a la provincia de Buenos Aires y comienza a manifestarse su fuerte vocación por el teatro.
Fue fundador (con Osvaldo Dragún, Andrés Lizarraga, Blas Raúl Gallo, Ricardo Halac, y otros dramaturgos) del Seminario de Autores del Teatro Popular Fray Mocho (1959). Desde ese mismo año y hasta 1966 estudió actuación, con Hedy Crilla y Agustín Alezzo, integrando los elencos de Nuevo Teatro, Teatro Roberto J. Payró, Florencio Sánchez, Equipo de Teatro, etc.
Desde 1958 perteneció al grupo de poetas «El pan duro», colaborando, asimismo, en publicaciones como «Hoy en la cultura», «El grillo de papel», «La rosa blindada» y diversos diarios y revistas del país y del extranjero.
Exiliado en España en 1977, fundó y dirigió hasta su regreso a Buenos Aires (1994) el Teatro Estudio de Madrid. En 1996 fue requerido por Osvaldo Dragún para ejercer la Asesoría Literaria del Teatro Nacional Cervantes, función en la que permaneció hasta 2017. (Durante esos años -además de evaluar críticamente los textos y proyectos propuestos para la programación regular del TNC- escribió los guiones de la audición «La voz del Cervantes», que se difundió por Radio Nacional (Clásica) entre 2001 y 2008, e integró el equipo de Extensión Cultural que creó la Feria del Libro Teatral, cuya primera edición tuvo lugar en 2002.
En 1996 -en correspondencia con el proyecto «100 ciudades cuentan su historia» de la Dirección Nacional de Teatro (Actual Instituto)- colaboró en la creación del Taller Interdisciplinario de Teatro (TIT´96) de la Secretaria de Cultura de Campana (Buenos Aires) para el que realizó el montaje de «Campana de la memoria». Desde 2009 -y hasta finales de 2014- fue docente de interpretación en la Carrera de Teatro de la U.N.LA. (Universidad Nacional de Lanús).
Entre sus publicaciones pueden citarse: «Teatro», Editorial Gleizer, Buenos Aires, 1959; «Montaje del sueño» (poemas), Ediciones del Pan Duro, Buenos Aires, 1961 (Premio del Consejo Nacional del Escritor de ese año); «Corréte un poco», Editorial Talía, Buenos Aires, 1967; «Doktor Mozart. Una reflexión a partir del mito hacia una dramaturgia», Cuadernos de dramaturgia del TEM n° 2, Madrid, 1989; «Di Meglio», Cuadernos de dramaturgia del TEM n° 3, Madrid. 1990; «Otello. Una tragedia» (Premios Argentores 2003/4) Buenos Aires, 2006; «Selección de poemas de Alberto Wainer» (Homenaje a los poetas del 60), Secretaria de Educación del Gobierno de Buenos Aires, 2006, «Rápida memoria del Cervantes. Un teatro, un país, un universo», 2009 (www. elcervantes.org), «El Cervantes. Ideas de Teatro Nacional (… Y algunas notas y digresiones)» Edición del Teatro Nacional Cervantes, 2011; «Para futuro olvido» (Poemas y etcéteras), Buenos Aires, 2015/16, etc.
Su novela «El huerto de los fractales», escrita entre 2015 y principios del 2016, permance inédita y sin perspectivas de publicación.
Algunos trabajos de dirección: «La fiesta» (sobre textos de Antón Chejov), Teatro Tántara, Madrid. 1982; «La llamada de Lauren», de Paloma Pedrero, Centro Cultural de la Villa, Madrid, 1984; «Acreedores», de August Strindberg. Teatro Bellas Artes, Madrid, 1983; «Beatrix», de Oscar Feijoó, Teatro Estudio de Madrid, Madrid, 1992; «¨Pan de perro», de Miguel Dao, Teatro Pedro Barbero, Campana, 1997; «Mustafá» de Armando Discépolo, Teatro Pedro Barbero, Campana, 1998, «Juan Moreira», de Eduardo Gutiérrez, Teatro de La Rosa, Campana, 2000; «Pura Joda» de Miguel Dao, Teatro Margarita Xirgú, Buenos Aires, 2001; «El fin y los medios»; Teatro Regina, Buenos Aires 2003; «Otelo. Una tragedia», versión libre de la historia de Williams Shakespeare, Ciclo Teatrísimo: Teatro Regina. Buenos Aires, 2005; «Tierra del Fuego» de Mario Diament, Ciclo Teatrísimo, Teatro Regina, Buenos Aires, 2011, etc.
Es autor de obras como: «Corréte un poco», Theatrón, 1967; «Esteban y la Solidumbre». Teatro Payró, 1974; «Variante para el mediodía», Festival Internacional de Arezzo (Italia), 1979; «El mejor bailarín de jazz americano», Teatro Payró, 1983; «El proyecto», Festival Internacional de Errentería, Euzkadi 1987; «Doktor Mozart», Teatro Estudio de Madrid, Madrid 1989 y Festival Internacional de Otoño de ese mismo año; «El fin y los medios» Teatro Regina, 2003; «Otello. Una tragedia» (Premio Argentares) Teatro Regina, 2005; «Que el sol de la escena queme tu pálido rostro», Teatro Cervantes, 2007, El Tinglado, 2013 y SHA, 2013/14; «La obra desaparecida» Teatro Cervantes, 2008; «Cielito, triunfo y detalle del Combate de Obligado», un encargo de la Comedia de la Provincia de Buenos Aires, estrenada en 2009 por el TIT’96; «Hasta el último silbido del tiempo», Teatro Regina, Buenos Aires, 2014; «El cuento de un idiota», 2015, etc. Escribió, además, «Viaje al corazón de las tinieblas», texto inspirado por Joseph Conrad, Sven Lindqvist y muchas otras lecturas, que sirvió de base a la ópera homónima de Martín Queraltó que, estrenada en el CCM Haroldo Conti, fue ternada como «Mejor obra argentina 2014», por la Asociación de Críticos Musicales de la Argentina.
Los años vividos en tierra carmensina, se mantienen presentes en muchas de sus obras, como por ejemplo en este texto:
UN FRAGMENTO
“Hace muchos años (tantos que todavía el abuelo de mi abuelo no había nacido y, no podría asegurarlo, pero creo que al abuelo de mi abuelo se lo había contado su abuelo) vivía -es una forma de decir- en un poblado pampeano llamado Cachirulo (que en mapuche significa “médano con pasto”) un señor muy pálido, de apellido Folgueral, que decía que era un fantasma. Los vecinos, más allá que no se le creyeran, lo tenían en tan alta estima que, si se lo cruzaban en algún descampado o en la intersección de dos senderos del monte, hacían como que se asustaban.
Era un parroquiano habitual del almacén y despacho de bebidas llamado “Manzur”, por el turco Manzur, su dueño. En ese sitio supo haber, a mediados del XIX, una posta, solitaria en la llanura, en la que paraba la mensajería que venía de General Acha, sus propietarios eran tres hermanos apellidados Botón, por lo que la Posta fue conocida como la de “Los tres botones”. El “Manzur” -me contaron- hasta hace diez años todavía existía. Su nuevo dueño, otro Manzur –lo mínimo un bisnieto del original- lo había remodelado estilo burger y cambiado el nombre, “Texas”, le puso.
Era muy raro que Folgueral faltara alguna noche, e invariablemente se prendía en una mano de truco. Alguno, alguna vez –por despistado o por bromista- le preguntó por qué siempre se aparecía después de anochecido, y él contestó que “porque esa era la hora de las apariciones” y que, además, si llegara más temprano nadie se iba a enterar. Como todos los fantasmas era transparente, aseguró, y a la luz del día, “ni se lo notaba”.
A menudo, por no decir todos los días, alguien, para cortar camino hasta Toay, pasaba frente a la chacrita cochambrosa en la que, física o espiritualmente, residía el fantasma, y lo veía y oía guadañando maleza, hachando troncos, o sentado a la raleada sombra de un algarrobo ahuecado y nudoso, ordeñando a Amparito (que era una vaca fantasma). Lo que se debía hacer, entonces, era disimular, silbando, mirar para otro lado y seguir caminando como si nada. El fantasma, por su parte, devolvía la gentileza, prosiguiendo imperturbable con lo que estuviera haciendo.
Una noche Folgueral no apareció por lo del Turco, y tampoco la noche siguiente, ni la otra.
Las truqueadas eran sonsas sin Folgueral, se extrañaba su mamporro a la mesa cuando plantaba un as de espadas, sus estentóreos ¡Quiero retruco! ¡Envido! ¡Flor! ¡Contraflor y al resto! Nadie lo decía, no hacía falta, pero todos sabían que, lo que realmente hacían ahora, mientras jugaban con desgano, era dejar pasar el tiempo esperando que en cualquier momento Folgueral reapareciera, se sentara sin dar explicaciones, se refregara las blancas y largas manos sacudiéndose el frío, aunque fuera verano, y preguntara ¿Quién da? (…)
(De “Folgueral”, publicado en la categoría “Narrativa” del blog (albertowainer.com) el 15 de septiembre de 2017)
