El retablo de las maravillas

Alfonsín  La anhelada democracia (la que costó 30.000 vidas), se alcanzó, por fin, en 1983. En su transcurso se demostró menos frágil de lo que se la suponía, y también menos épica, y muchísimo menos igualitaria. Llamarla, como a veces nos provoca su práctica, “formal”, implica relativizar su necesidad y, consecuentemente, la perversidad de sus usurpadores. Hay que convenir, de todos modos, que superado el cuarto de siglo de su recuperación, el paisaje social y cultural se ha agrisado y que la suma de las frustraciones -en proporción a la lucha que la impuso y las esperanzas que desató- resulta descomunal. La Cultura, por lo tanto el Teatro, espejan también esa entropía y, desde ella, desde hoy, resulta interesante revisar su primavera para establecer correspondencias con los hechos, proyectos y estados de ánimo de sus protagonistas. Conviene aclarar que durante el gobierno del Dr. Raúl Alfonsín los principales organismos de Cultura fueron ocupados por reconocidas personalidades específicas, el actor Luis Brandoni, por ejemplo, asesoraba al Presidente de la Nación en los temas pertinentes, Carlos Gorostiza y Pacho O´Donell ocuparon, respectivamente, las Secretarías de Cultura de la Nación y de la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires, etc.

El día 24 de abril de 1986 se conmemoró el 50 aniversario de la inauguración, en el Teatro Nacional Cervantes, del Teatro Nacional de Comedia. En todos los teatros, previo a las funciones se leyó un texto del dramaturgo Carlos Somigliana (partícipe de “Teatro Abierto” y colaborador del fiscal Julio Strassera en la redacción del histórico alegato que signó el Juicio a las Juntas Militares).

Me parece oportuno reproducir ese recordatorio, ya que nos da una idea muy aproximada del clima de optimismo regeneracionista que, por sobre la escalada desenfrenada de los procesos inflacionarios (82% a finales de l986 y 175% en 1987), se afirmaba aún, obstinadamente. Su relectura propone, además, otras perspectivas ideológicas, muy sugestivas: Por ejemplo, la caracterización de los años 1936 (plena década infame) y 1956 (tiempo de fusilamientos y proscripciones) como ejemplos de relativo respeto a los derechos cívicos fundamentales y a la libertad de expresión y –más sutil pero no menos significativa- la ausencia de precisiciones entre las razones fundacionales del Teatro Nacional de Comedia y los de la Comedia Nacional Argentina.

“Los primeros cincuenta años de la Comedia Nacional, más allá de las pompas y las celebraciones, puede constituir un buen pretexto para entrar en algunas reflexiones sobre el Teatro Nacional Argentino. Quizás por su naturaleza expresamente social y comunitaria, el Arte Teatral suele producir, muy puntal e inmediatamente, las convulsiones y los reposos, las alegrías y los padecimientos del país que es su contexto necesario. No es casual entonces, que los períodos de esplendor de la Comedia Nacional, representados por los nombres ilustres de Cunill Cabanellas y Caviglia, hayan coincidido con épocas de convivencia pacífica, de afirmación de algunos de los derechos cívicos fundamentales, y de relativo respeto a la libertad de expresión. De allí que resulte plenamente justificada la esperanzada espera de una Tercera Época de Oro de la Comedia Nacional ahora que la democracia, aún con todos sus problemas y dificultades, ha sido reinstaurada en nuestro país. Pero creo que no es superficial ni aventurado afirmar que los mayores problemas que enfrenta en la actualidad la Comedia Nacional para alcanzar su destino de grandeza son de índole económicos. ¿No es exactamente lo mismo que le ocurre a la República Argentina?

El Teatro, además de sus funciones específicas de esparcimiento y enriquecimiento espiritual, ccarapintada-pres-alfosin-1umple una inédita labor docente. Quizás la misión transitoria pero urgente de la Comedia Nacional sea contribuir a la formación de una generación de argentinos activos, solidarios e inteligentes que alcancen a consumar en lo político, en lo económico, y en lo cultural, una independencia que siempre nos prometimos, pero que solo hemos logrado soñar.”

 

Sobre el final de ese mismo año, el Presidente Alfonsín enviaría al Congreso la ley conocida como de “Punto final”. Promediando el año siguiente, tras la Pascua de los Carapintadas, llegó la de “Obediencia debida” que provocó el desprocesamiento de la mayoría de los implicados en los actos de terrorismo de Estado.

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