No cabe duda que las conmemoraciones van a funcionar como cortinas de humo –eso sí, muy eficaces- para disimular la ausencia de políticas culturales de fondo en la gestión del Gobierno de la Ciudad. No hablo, por supuesto, de las superestructurales.
Los hombres de Macri, desde el empresario hotelero Hernán Lombardi, hasta García Caffi y Kive Staiff (¿aunque de quien no ha sido hombre el incombustible Kive?), no desaprovecharán la enfática puesta en escena de los Festejos del Bicentenario para disimular lo que, de no contar con tanto cómplice (y no me refiero sólo a los medios de comunicación, también en el ambiente del arte y la cultura -incluso a su izquierda- abundan los que maman de esa teta) sería indisimulable: Por ejemplo, que el Teatro Colón permaneció cerrado durante el año de su Centenario, y que las obras de restauración y creación de lo que se anunció como “El Colón del Siglo XXI” casi nos dejan sin Teatro Colón.
Al respecto, convendría volver sobre las oportunas denuncias de Teresa Anchorena, José Francisco Quiroz, las presentaciones a la Justicia de los propios trabajadores del Teatro Colon, etc.
Pero, como enseguida veremos, tampoco en esto inventaron nada, y para no buscar demasiado lejos, nos vale el San Martín, la historia del ser o no ser del gran teatro de prosa de los vecinos de la ciudad de Buenos Aires: Su dinámica y ya muy avanzada construcción, sufrió un brusco parate tras la contrarrevolución de 1955. Lo que le siguió fue una durísima discusión sobre su necesidad y, admitida ésta a regañadientes, sobre su destino; el escritor Arturo Marasso, por ejemplo, lo pensaba como sede de la Biblioteca Nacional, situada por entonces en el calle Méjico, a la pianista Luisa Castiñeiras le parecía bueno para sala de conciertos, el diario “La Prensa” anunciaba su venta inminente a las Naciones Unidas, y hay un largo etcétera. Lo que interesa ahora es que el 25 de mayo de 1960, hito que pretende festejar Kive Staiff, el TMGSM estaba todavía en obras y, peor aún, éstas, desde 1958, permanecían prácticamente suspendidas. La famosa inauguración fue, entonces, puramente simbólica, y su excusa ¡cuando no! otro cumpleaños de la patria: su Sesquicentenario.
Fue el incendio, en 1961, del Teatro Nacional Cervantes, el que dio el empuje definitivo a ese extraordinario proyecto artístico-cultural imaginado,y en su mayor parte realizado, en los dos años finales del gobierno peronista. La Comedia Nacional –que en ocasión de su puesta en marcha en 1956, había sido anunciada por el ministro de Educación de y Justicia de la Libertadora como una misión que era “artística y a la vez patriótica”- necesitaba una sede, y eso precipitó la concreción de la obra y decidió su uso para el teatro.
Los equipos de cultura de Macri, si es que la necesitan, pueden encontrar aún mayor inspiración, en los festejos del Centenario de la Revolución de Mayo. Es cierto que, casi en sus visperas, hasta “La Prensa” de los Paz, mostraba cierta alarma : “Invitar a todos los países del mundo para obligarlos a exponer en palacios de madera y papel, y aún sin terminar, no es muy serio que digamos”, pero la Argentina del Modelo Agro-importador, el fraude electoral y la represión a los sectores populares, era ducha en pompas y artes de ilusionismo: En 1910 los fuegos de artificio funcionaron a la perfección, de tal modo que la bomba que estalló, en medio de los festejos, en el recién inaugurado Teatro Colón, apenas si se escuchó. El distinguido público solo tenía oídos para la “Manon” de Massenet con la que ese día se festejaba a sí mismo.
Ahora, sin ni siquiera la modesta inquietud de La Prensa de hace cien años y, especialmente, con todo el presupuesto de Cultura invertido en el show ¿que motivo hay para preocuparse?