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SÁBADO, 28 DE ABRIL DE 2012
TEATRO › HOMENAJE A JUAN CARLOS GENE EN EL TEATRO NACIONAL CERVANTES
Para el hombre que escribía desde el escenario
Por Hilda Cabrera
Cuando el homenaje es in memoriam, las vivencias compartidas se intensifican. Sucedió con quienes participaron del encuentro que se realizó en el Teatro Nacional Cervantes para recordar al actor, dramaturgo, director y docente Juan Carlos Gené. Un texto de Alberto Wainer, leído por Daniel Miglioranza ,(…)
HOMENAJE A JUAN CARLOS GENÉ
Por Alberto Wainer
La idea de “imprescindible” es controvertible y suele implicar alguna injustica. Hay quien sostiene, y con fundadas razones, que si determinadas cualidades son absolutamente necesarias a un tiempo y a un espacio histórico, habrá un algo inmanente, una suerte de providencia social que las proveerá, más allá de los individuos. Y, sin embargo es inevitable, tras algunas ausencias muy sensibles, percibir algo que, pienso, puede describirse como un empobrecimiento de la creatividad y la imaginación, una reducción de la historia, la usurpación por lo que Juan Carlos Gené alguna vez definió como la maestría de lo banal en un mundo en el que los grandes relatos han desaparecido y en una ciudad que quizás genere mucho más teatro que el que realmente le interesa.
Ese vacio duele, es preocupante pero también instructivo, porque nos devuelve la conciencia de la excepcionalidad, del rasgo único, y de la pasión irrepetible y, sobre todo, porque al comprobar que los héroes, los artistas de genio, los santos, los iconoclastas y los grandes maestros, pasan pero nos dejan su fruto, intuimos el misterio de la creatividad y el de su comunión.
Es cierto que de estos hombre lo más importante que aprendemos, es que no hay certidumbres, sistemas, ni verdades univocas, ellos nos dejan muchas más preguntas que respuestas, no nos develan el misterio de la creatividad, pero nos desafían a abrir los sentidos para percibirlo, y con él, la necesidad de su Comunión.
¿No será ese el sitio que guarda algunas de las claves de un sentimiento tan sutil, tan vivificante y tan inasible de lo mistérico, que para Juan Carlos Gené, podría explicar incluso su estar en el Teatro? Confesión de hombres vivos para hombres vivos, sitio de resistencia a la sociedad de la compra y de la venta, de la inmanencia y de la insignificancia.
En un mundo así –escribe Gené- el teatro sólo tiene sentido como respuesta afirmativa del valor inalienable de lo humano, de su carácter único, irrepetible y sagrado.
Nacido en los años 20, se reconoce marcado por la Guerra Civil Española. En un país de inmigrantes, dice, esa tragedia resonó como propia, y del primer asesinato del que escuchó hablar, después del de Abel por Caín, fue del de un poeta, Federico García Lorca. Fue entonces cuando pensó que “Matar un poeta era como matar un pájaro”. Desde esa asociación, y esto lo manifiesta muchos años después, cuando escribe su “Memorial del cordero asesinado”, la imagen de Cristo que más lo conmovió fue la del que se aterroriza hasta sudar sangre y el que grita en la cruz: “Padre mío ¿Porqué me has abandonado?”
A partir de esa figura de total indefensión es factible entender una dramaturgia que piense el mundo desde la miseria y la dependencia y que, a semejanza de la teología original que expresa al Tercer Mundo, hunda sus raíces en la Escritura, al mismo tiempo que en la realidad encarnada de la pobreza.
Tuvimos el privilegio de trabajar cerca suyo en algunas ocasiones, por ejemplo a finales de 2007, cuando en el corazón de un teatro cerrado, caótico, suspendido en un silencio que atronaba, nacía una vívida, porfiada obra de arte, “Todo verde y un árbol lila”, una tragedia sofocada, que no estallaba, anestesiada por las rutinas, los rituales burocráticos, los humanísimos egoísmos de la supervivencia y que, derivando de un muy otro objetivo artístico, se transformaba por las circunstancias en una metáfora de lo que sucedía en el espacio en que, casi clandestinamente, se producía; también en noviembre y diciembre pasados, en los que me cupo el honor de leer e intercambiar ideas sobre dos versiones -la última definitiva- de “Vairoletto” un texto enorme cuya representación, adelantándome a la autorización del autor, sugerí a la Dirección de este Teatro. Alguien propuso en estos días como proyecto de producción, y eso propició una relectura, “Golpes a mi puerta”, obra escrita y estrenada por Gené durante su exilio Venezolano, para el Grupo Actoral 80 (GA 80), surgido de los talleres del CELCIT que dirigía. Un colectivo teatral que reivindicaba al actor como protagonista del espectáculo teatral, como factor que al hacer vivo al teatro, lo reafirma como insustituible liturgia de reflexión colectiva, pero que no confundía el orden de los pasos que lo conducirían a la concreción artística de esa liturgia, e iniciaba su experiencia tras la provocación de una escritura sólida. Escribir desde el escenario, era para Gené dotar a las palabras de carne, de aliento, de sangre, lo que significaba todo lo contrario a la tendencia generalizada de la disolución del texto dramático.
En Juan Carlos Gené, el gran actor y director de escena, el dramaturgo, teórico y maestro de las distintas disciplinas teatrales, la figura del hombre integral del Teatro y de la Cultura, encarnaba paradigmáticamente. Hay muchas razones, entonces, para el duelo, pero creemos que hay más para la celebración, y lo que nos ha reunido aquí esta tarde ha sido, fundamentalmente, celebrarlo y celebrar el privilegio de haberlo tenido cerca nuestro, como modelo de pasión artística, de coherencia ética y de profesionalismo, el que nos haya sido dado disfrutar y crecer espiritualmente con sus obras. .
Ahora, muy brevemente, la imagen y las palabras del propio artista, después el acto continuará sin protocolo alguno, con el recuerdo, o la reflexión, o el testimonio espontaneo que cada cual -amigo, colega de oficio, discípulo o público en general- quiera compartir, ya se trate de su obra, de su memoria, de su ejemplo, etcétera.