Iba a buscar en el desierto mi sed

 «Iba a buscar en el desierto mi sed
  «Los alimentos terrestres», André Gide, 1897
 

Hablábamos con algunas momias amigas,  de aquellos pintores académicos del siglo XIX y comienzos del XX, a los que de  jóvenes   habíamos aborrecido, y a los que ahora -signo inequívoco del aburguesamiento senil que nos iba ganando- frecuentábamos con muchísimo placer,  Bouguereau, de quien ​Paul Gauguin, que lo detestaba, escribió en su Avant et après (Diarios íntimos) que la única ocasión en que le hizo sonreír fue al toparse con un par de sus cuadros en un burdel de Arles, «donde pertenecían», es, así lo creo,  el ejemplo obligado. Surgieron además los nombres de  Alexandre Cabanel, Amaury-Duval, Alma-Tadema y el  de un tal Paul Peel, que a mí no me sonaba de nada, lo buscamos, entonces, computadora mediante,  en WikiArt y allí encontré que se trataba de un pintor canadiense que vivió entre 1860 y 1892 y fue  discípulo en la École des Beaux-Arts de Paris, de  Jean-Léon Gérôme.  “Era -y cito la fuente textualmente- conocido por la frescura de sus desnudos y el uso del desnudo de niños en la fotografía. Fue uno de los primeros pintores canadienses en explorar el desnudo como tema” Academia Julian con Benjamin Constant, Henri Doucet y Jules Lefebvre me mostraron la reproducción una de sus obras póstumas,  “la pequeña pastora”, un  óleo sobre lienzo que se exhibe en la  Galería de Arte de Ontario – Toronto.

No aparté, como correspondía,  pudorosamente la mirada, por el contrario me detuve morosa, inconvenientemente,  en su contemplación.

Me atrajo sobre todo su pureza, menos eufemísticamente: su perversa pureza.

El otro día, releyendo el diario de Jules Renard encontré, subrayado, el fragmento de una carta que acababa de recibir de Marcel Schowb (17 de marzo de 1891) «Tengo por amante a una verdadera niña, que es algo salvaje, pero de una manera muy adorable». En pleno duelo de la muerte de esa niña, Louise, (que ocasionalmente practicaba la prostitución) y a la que amó locamente, Schowb creó a Monelle, a la por siempre inolvidable Monelle.
Pero es que uno (viejo lascivo) no tiene cura ya.
A propósito de “El consentimiento”, novela autobiográfica de Vanessa Springora, volví sobre «Ebrio del vino perdido» de Gabriel Matzneff y, aunque me sonroja reconocerlo, no experimenté, como hubiera sido lo correcto,  ninguna repulsión moral, al contrario, la belleza de la escritura suscitó en mi un algo sagrado.
Los del Mayo 68, incluidos Sartre, Barthes, Simone de Beauvoir, Gilles y Fanny Deleuze, Félix Guattari, Francis Ponge, Philippe Sollers, Foucault, Derrida, y los estudiantes, las feministas, los troskos, los anarquistas, y el P.C. Francés, eran todos pedófilos, y como sus obras y sus acciones y su anhelo de cambiar el mundo, aún siguen conmoviéndome, provocándome, excitándome intelectual, sensorial, éticamente; y como lo mismo me sucede con las de Carroll, Nabókov, Whitman, Gide, Salinger, Genet, Capote, Vidal, Verlaine, Rimbaud, Sade, etcétera, supongo que, aunque platónicamente, también yo soy un pedófilo.
Hojeé además (pero no me apeteció llegar hasta el final) “El 68 de los pedófilos” del ensayista italiano Giulio Meotti. Explica cómo los intelectuales de izquierda de la década de los 60’s y 70’s defendieron y promovieron la pedofilia como parte de la revolución sexual (es más, la revolución sexual sería específicamente eso: marxismo pedófilo) y por eso fue identificada por Benedicto XVI (1)  como el origen de los abusos sexuales en la Iglesia Católica.
Definitivamente los dinosaurios (yo por ejemplo) debemos resignarnos y acceder al mutis. Se acabó, la revolución francesa nos pilla ya muy lejos.

(1) Joseph Ratzinger (Benedicto XVI, tras su ascensión al Trono de San Pedro)  fue “El gran Inquisidor” del papa Wojtyła quien, como ya ha quedado exhaustivamente probado (2)  minusvaloró y ordenó encubrir los abusos a menores por parte de clérigos en todo el mundo, y protegió a los abusadores.

Durante su ejercicio como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio) se lo llamó “El azote de la Teología de la Liberación , “El cancerbero de Dios’ y el “Cardenal del No” ( NO al sacerdocio de la mujer; y al feminismo en general que «ha inspirado ideologías que, por ejemplo, cuestionan la estructura natural de la familia de una madre y un padre, y hacen equivalencias entre la homosexualidad y la heterosexualidad, en un nuevo modelo de sexualidad polimorfa» ; NO al matrimonio de los sacerdotes; NO a la Opción Preferencial por los pobres que fomenta la lucha de clases; NO al ecumenismo (encuentro entre religiones, en la idea del teólogo Hans Küng); NO a la homosexualidad a la que consideró como un mal moral intrínseco; NO al aborto; NO al uso de preservativos para prevenir el SIDA; NO al comunismo; No a las reformas del Concilio Vaticano II que habían propiciado  que los estándares vinculantes hasta entonces respecto a la sexualidad colapsaron completamente; NO, en una palabra a todo lo que, desde la ilustración, conocemos como “Modernidad”.
En el record de los motes de Ratzinge figura también el de “El gran Panzer” (Panzerkardinal) ganado precozmente, a los 16 años, cuando como otros afiliados a las Juventudes Hitlerianas, fue llamado a filas y sirvió en las llamadas unidades de fuego antiaéreo.
 
 

(2) En Mayo de 2001, el cardenal Joseph Ratzinger, por entonces  prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, envió una  carta en la que afirmaba que las investigaciones internas de la Iglesia sobre los casos de abuso sexual infantil estaban sujetas a secreto pontificio y que, bajo pena de excomunión,  no debían ser denunciadas a las fuerzas públicas hasta que las propias investigaciones fueran completadas.
 
 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.