Imagen última

Es la noche del riego
Y hay faroles inquietos en la lejanía
Se abrieron ya las compuertas
la luna escapó del río por el canal grande,
y ahora baja rielando
la caligrafía de las acequias.
Escucho entonces el silbido de Ramón
que es aún más triste que Ramón,
más triste que su cara ancha y oscura.
(Una noche
-pero falta para eso algunos años y además será en invierno-
se dejará caer mansamente
en el pozo de una borrachera
y ya no querrá salir)
Pero ahora miro en su mano grandota,
las delgadas hebras de tabaco
y sus dedos incongruentemente ágiles
terminan de liar el primer cigarro de mi vida.
Miro, sí
Desde una gran distancia.
Desde una gran altura.
Desde los ojos de un pájaro nocturno
que sobrevuela la enormidad del campo,
la enormidad de la noche,
la enormidad del tiempo.
Y entonces pasó algo.
Algo cambió.
Algo tan fácil
que no pude entenderlo mientras ocurría,
hasta que el pájaro
se alejó oscureciendo los faroles,
la lumbre de los cigarros,
apagando los golpes de las compuertas,
las músicas del agua,
las de las voces, las de los ladridos,
y el grave compas de sus propias alas sombrías.
Hasta que se acalla también mi respiración.
Hasta que dejo de escuchar mi corazón.

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