El viernes 5 de octubre ppdo. a las 18 horas se realizó en el Teatro Nacional Cervantes (Sala Trinidad Guevara) la presentación formal del libro de Alberto Wainer, El Cervantes. Ideas de Teatro Nacional (…y algunas notas y digresiones) editado por el Teatro Nacional Cervantes en 2011, año de su 90º aniversario.
La prensa tuvo ocasión de tomar contacto con este valioso libro de investigación durante la ya tradicional conferencia que cada diciembre organiza el Teatro Cervantes para dar cuenta de la gestión del año y anunciar la programación de la siguiente temporada. Recién salido de la editorial, los libros se obsequiaron en ese momento a los presentes, como una presentación en sociedad.
La del pasado viernes, en cambio, fue exclusiva para este libro y contó con la participación de Arturo Bonín, Susana Shirkin y Perla Zayas de Lima, quienes dialogaron con el autor acerca de esta producción que le ha demandado varios años de investigación.
El Cervantes. Ideas de Teatro Nacional (…y algunas notas y digresiones) es un trabajo crítico sobre la historia de este Teatro. Una historia contextualizada en la que se cruzan los datos y las anécdotas locales con los acontecimientos mundiales, los nacimientos de géneros y estilos con los momentos sociales, un entramado enriquecedor que aporta información y opinión, y pone de manifiesto el grado de dedicación que el investigador, dramaturgo, director escénico y pedagogo Alberto Wainer ha puesto para escribir este libro que cuenta con una introducción escrita por Rubens W. Correa y prólogo de Aída Giacani.
La ponencia que se publica a continuación, leída por su autora, Perla Zayas de Lima, abrió un rico cambio de ideas al que también contribuyó el público presente.
La historia suele estar incluida dentro del campo científico (si bien algunas voces se manifiestan en otro sentido: Borges, Hayden White), y como me permito calificar el libro de Alberto Wainer como un excelente, importante e insoslayable ensayo historiográfico, considero necesario precisar el lugar desde donde le leí.
Primero -siguiendo la línea de pensamiento de David Locke (La ciencia como escritura)- las marcas de claridad, precisión, objetividad, imparcialidad parecen ser las marcas para que un lenguaje sea aceptado como “científico”. Pero en realidad “los científicos son subjetivos, interesados y están comprometidos, y sólo mediante el empleo de la retórica oficial, puede parecer que no lo son” (pp. 139-140).
Segundo. “El discurso científico, todo discurso, constituye, configura, organiza, estructura- y hasta en cierto sentido crea- lo que puede pasar, por ser lo real” (p.253).
A partir de estas ideas resulta coherente el criterio sostenido desde la metodología de la investigación sobre cómo las conclusiones de un trabajo científico pueden convertirse y funcionar como hipótesis de trabajos posteriores, aún del propio autor.
¿Qué es lo que hace a este libro excelente, importante e insoslayable?
Ante todo la elección acertada de un título que orienta la lectura. No lo tituló “Historia del teatro Nacional Cervantes”, sino “El Cervantes, ideas de teatro nacional”, lo que implica un posicionamiento sobre el pasado que privilegia la pluralidad y el espíritu crítico por encima de una idea de totalidad, o de pretensiones de verdad universal que reduzca la obra a una lectura única. A esto también apuntan esas “notas y digresiones” que señalan caminos alternativos de lectura que permiten explicar aspectos de la historia del teatro Cervantes a la luz de los sucesivos contextos nacionales e internacionales. Claros ejemplos lo constituyen las notas al capítulo 10 (“Teatros nacionales en Latinoamérica. Cruces, divergencias y concurrencias”, p. 168) y al capítulo 12 (“La identidad como un tejido de las diferencias”). Una reunión de dramaturgos de Hispanoamérica en el Cervantes”, p. 182).
Otro acierto es la elección de las citas que funcionan como epígrafes del libro y que reúne a Juan B. Alberdi y Walter Benjamin. El primero ubica el tema de la identidad en su justo punto: no sólo la búsqueda de un común origen sino de un proyecto común; el segundo, desenmascara y anula las polarizaciones que ciertas posiciones ideológicas intentan imponer en nuestro país y que tan bien sintetiza la ilustración del capítulo IV.
La claridad de objetivos revelada en los ítems “Propósito” e “Introducción”, rescatan dos temas puntuales que revelan la calidad del investigador:
. El tratamiento de las fuentes. Wainer tiene en cuenta que no basta con citarlas sino que es necesario leerlas con una mirada crítica y sólo después aceptar, coincidir parcialmente o rechazarlas. Por eso propone “revisitar” la historia del Teatro Cervantes proponiendo “una suerte de heurística, de pensamiento lateral, un montaje transversal (p. 23).
. Precisiones conceptuales. Aclarar al comienzo de todo discurso el sentido en que se emplean los términos claves constituye la condición necesaria para que la argumentación sea pertinente. En este caso, el autor plantea la necesidad de desentrañar estructuras conceptuales complejas al replantear y descubrir qué es lo nacional y de qué manera funciona la ecuación Teatro/Nación.
El libro incluye dos tipos de tablas cronológicas. “Historia y política (1921 a 2011)” que permite una lectura sincrónica de los acontecimientos históricos y políticos en Argentina y Latinoamérica con los del resto del mundo, y “El arte y la cultura (1921/ 2011)” en el que selecciona las que en su criterio fueron las principales manifestaciones artísticas (teatro, cine, danza, música, plástica, arquitectura, poesía , narrativa, filosofía y ensayo)en nuestro país, en Latinoamérica y en el resto del mundo. A continuación incluye en forma detallada la programación del teatro Cervantes en el citado período.
Este diseño le permite al lector optar por cuál camino transitar: leer de corrido, consultar las notas, revisar los cuadros de acuerdo a las fechas que cubre cada capítulo o dejarlos para el final. Independiente de la opción elegida, la escritura permite distinguir, pero al mismo tiempo armar los acontecimientos artísticos y los políticos en un relato que combina datos precisos, fragmentos de autores diversos y opiniones personales, razón y emoción. Es decir, transita con solvencia por los cuatro modelos de toda organización discursiva: narra, explica, describe, argumenta.
Una consideración sobre los datos que ofrece el texto: lúcidamente privilegia la selección significativa a la acumulación, consciente de que más allá de la cantidad que se incluya, nunca se alcanzará la totalidad y tampoco se evitará que dichos datos puedan ser leídos en otros sentidos por los receptores. Y comunica así honesta y precisamente los resultados de una investigación apasionada como lo hacen los auténticos investigadores científicos en sus respectivos campos.
Al comienzo calificamos la obra de Wainer como “ensayo”, género deudor de la duda cartersiana y de la obra de Montaigne. Tal como lo muestran los Essais de 1589, el saber “no se presenta como algo concluido o cerrado “y no se concibe como “producto del develamiento de la verdad sino del diálogo (Hugo Mancuso, Metodología en de la investigación en ciencias sociales, p. 28). Como el autor francés, Wainer opta por este género filosófico y literario para transmitir conocimiento científico, “un saber que es acumulativo pero rectificable, eventualmente perfectible, tal vez modélico,(…) pero siempre conscientemente dirigido a la resolución de problemas específicos de interés general “ (id, p.26). Para los argentinos, reflexionar sobre los hechos y el relato histórico, el arte y la política, la identidad y la cultura continúa siendo de interés general.
PERLA ZAYAS DE LIMA