La piedra oscura

La gran piedra oscura tenía dos tetas enérgicas y picudas. Así era la Ártemis de Éfeso.
Marcel Schwob

Hoy (21 de Julio de 2017) se cumplen 1761 años del día en que (coincidiendo con el nacimiento de Alejandro Magno, y suponemos, de algunas otras personas) el humilde pastor Eróstratos incendió el templo de Artemisa (o Diana) en Éfeso, al que Antípatro de Sidón incluyó entre las siete maravillas del mundo. Es tan probable que lo fuera, en efecto, como que su belleza, tras ser borrada por el fuego, haya sido magnificada por fabuladores y turistas nostálgicos (Antípatro de Sidón o Plinio, por ejemplo) académicos helenistas anglosajones (Johann Gustav Droysen o Heinrich Kiepert), arqeólogos millonarios (Heinrich Schliemann) etcétera. Esa estimulante incertidumbre se la debemos al incendiario, y es la que nos permite soñar un Templo de Artemisa aún más hermoso de lo que lo fue el original perdido en esa nebulosa mitológica a la que nos referimos como realidad.

Ya sabemos que la imaginación es irreductible.

El hecho es que, conducido ante el rey Artajerjes, Eróstratos aclaró que su “action art” perseguía un único objetivo: garantizarse un sitio eterno en la memoria humana.

A Erostrátos se le puede (se le debe) reprochar este crimen, pero también es justo reconocerle sensibilidad artística y un notable sentido autocrítico: Se sabía incapaz de escribir una tragedia equiparable a la peor de las noventa de Esquilo (de las que solo se conservan siete ¿las mejores o las peores?), de tallar un Discóbolo como el de Mirón de Eleuthera, de escribir un poema confrontable al menos inspirado de los de Alceo de Mitilene, pero Apolo, en compensación, lo había dotado de un talento inmenso para la destrucción (*).

Artajerjes ordenó su ejecución inmediata y, además, hizo lo que creyó necesario para asegurarse de que su nombre no alcanzara la gloria que perseguía: prohibió bajo pena de muerte que se lo nombrara o se usara su nombre para bautizar a algún recién nacido y, si alguien se atrevía a asignarle a Eróstrato la autoría del soberbio incendio, le correspondería idéntico castigo.

La historia de Eróstrato nos reafirma en la certidumbre de que el talento nace de una gran injusticia, y que, si hay un Dios, debe necesariamente, ser muy cruel.

Hoy todos recordamos a Eróstratos más que al rey Artajerjes, y si alguno se acuerda de Astarjerjes es a causa de Eróstratos.

Miguel de Cervantes, Lope de Vega, Baltasar Gracián, Víctor Hugo, Marcel Schwob, Antón Chéjov, Femando Pessoa, Jean-Paul Sartre, entre otras figuras trascendentes -a las que ahora se suma la mía- han pronunciado y escrito ese nombre maldito y, de ese modo, asegurado su trascendencia en el tiempo.

*) Con un atraso notable -15 siglos- nació su gemelo, un mediocre pintor llamado Adolfo Hitler.

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