Las otras víctimas del Mavi Marmara

MAVI MARNAMARA El pasado 28 de septiembre publique en este blog un poema (escrito con palabras ajenas) para ser usado como canto -como lamento estaría mejor dicho- en la escena final de “Tierra del Fuego” , una obra que acaba de escribir Mario Diament, quien me la ha confiado, para que la dirija en noviembre próximo.

El título de poema reúne las palabras “Kadish” y “Salat ul yanaza”, que refieren a las plegarias funerales de la religiones judías e islámicas respectivamente.

En 1978, Yulie Cohen Gerstel, por entonces azafata de las líneas aéreas israelíes El Al, fue herida en un ataque terrorista del Frente Popular para la Liberación de Palestina, en el que una de sus compañeras resultó muerta. Esa circunstancia convirtió a Yulie, en una victima emblemática. Claro que lo era, y con razones sobradas, nadie honradamente puede ponerlo en duda. pero para ella, el privilegio de la sobrevivencia, fue adquiriendo con el paso de los años un sentido que implicaba, además, la consciencia de una dura responsabilidad, la de indagar (indagarse) e, irrenunciablemente, la imposición moral de actuar sobre las causas de una violencia que trascendía las puntualidades históricas del conflicto árabe-israelí, y desnudaba la crueldad de un juego perverso en cuya transcurso las grandes potencias imperiales habían hecho de la palabra “civilización” un ejercicio obsceno.

Todo esto determinó (y así queda reflejado en su película “Mi terrorista”) su escandalosa determinación de entrevistar a Fayad Mihyi, el hombre que 23 años atrás casi la asesina, para buscarse a sí misma en la historia y en el odio de él y para darle a él, antagónico y complementario, idéntica oportunidad. Dicho todo esto,  hay que aclarar que aunque muchos de los episodios y referencias de “Tierra de Fuego” están basados en los hechos a los que nos referimos, otros son inventados o imaginados. Se trata de  una obra de ficción y así debe ser interpretada.

El último 23 de septiembre, el presidente de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, dijo en su discurso ante la Asamblea General de la ONU para reclamar el reconocimiento de su país como Estado de pleno derecho:

“Extendemos nuestras manos al pueblo y al Gobierno de Israel para conseguir la paz. Construyamos juntos de forma urgente un futuro para nuestros hijos, construyamos los puentes del diálogo en lugar de controles y muros de separación”.

Y obviamente, el pensamiento de Yulie Cohen Gerstel (Yael Alón, en el texto de Diament) se hizo casi físico. Abrí el texto, que estaba (como nunca deja de estarlo estos días) enfrente mío, y ella y Hasan (su antagonista), me hablaban ahora desde mucho más cerca.

Y como, en este tipo de procesos asociativos, una cosa lleva a la otra, recordé que El 31 de mayo de 2010 –poco más de un año atrás- el Mavi Marmara, un buque de pasajeros turco, con varios diplomáticos y figuras públicas a bordo, integrante de la llamada Flotilla de la Libertad, que llevaba 10.000 toneladas de ayuda humanitaria a la bloqueada Franja de Gaza, fue abordado, en aguas internacionales por comandos israelíes. Nueve pasajeros perdieron la vida en el asalto y otros 60 sufrieron heridas (Ugur Suleyman, de 46 años, permanece aún en coma).

Quizás la introducción es excesiva para la reflexión que la continúa, pero cuando ésta se produjo (el mismo día en que leí la noticia del ataque al  Mavi Marmara) no pude dejar de asociarla con una nota para el programa de mano que había escrito para el estreno, en el Teatro Nacional Cervantes, de “Un informe sobre la banalidad del amor”, obra en la que , el mismísimo Diament omnipresente en esta historia, proponía una apasionada y dolorosa metáfora a partir de la relación erótica-intelectual encarnada en una intelectual judía que se constituyó en símbolo de la lucha antifascista y la más aguda analista de los fenómenos totalitarios de la modernidad, Hanna Arend, y un filósofo, quizás el más grande del siglo XX, Martín Heidegger , al que hay razones, incluso desde la mejor tradición filosófica alemana, para considerar, y probablemente con razón, intrínsecamente totalitario.

Son demasiados los nombres, los destinos, que se conjugan y recurren, son muchos, excesivos, los juegos de espejos:  lo que reflejan su infinidad de lunas es, sin embargo,  una sola escena. Una sóla,  sin que importe la fecha del reflejo. ¿1940? ¿1943? ¿1982? ¿2009?….

Las otras victimas del Mavi Marmara

Escribí – creo que fue en ocasión de “Un informe sobre la banalidad del amor”, de mi amigo Mario Diament- : “Intuimos al gusano en el corazón de la fruta, pero, sin colapso moral, lo asimilamos a la lógica de la naturaleza. Y uno ya sabe que las bibliotecas, los museos o los teatros, pueden prosperar en las inmediaciones de los campos de concentración (pocos kilómetros separan la casa de Goethe, en Weimar, de los crematorios de Buchenwald) y así se desvanece la ilusión de que la razón puede abarcar un saber completo, y que la cultura, al ser conocimiento, puede frenar la violencia”. Ahora leo sobre el operativo militar israelí que culminó en el sangriento asalto a la flotilla humanitaria, cerca de la costa de Gaza, en aguas internacionales, de cómo el Mavi Marmara, el mayor de las naves que la componían, fue brutalmente atacado, de la carnicería final: 9 muertos comprobados (hay testimonios de ejecuciones y cadáveres arrojados por la borda) y decenas de heridos, etc.

Entonces pienso en el millón de habitantes de la Franja, hambrientos, sin agua potable, sin energía eléctrica, sin medicinas, sin dignidad, y esas imágenes terribles se me confunden con las del Gueto de Varsovia.

Y descubro que la nómina de cadáveres del Mavi Marmara crece y crece, allí están -además- los de Ana Franck, Primo Levi, Walter Benjamin, Paúl Celan, Irene Nemirovsky, Max Jacob, Jean Améry, Felix Nussbaum, Milena Jesenská, Walter Benjamin, Carl Einstein, Viktor Ullmann, Bruno Schultz, László Weiner, Julius Fučík, Janusz Korczak, Ernst Heilmann, Hans Krása, Maximilian Kolbe,  y las montañas de despojos humanos de Auschwitz, Belzec, Dachau, Maly Trostenets, Buchenwald, etc., y así, hasta los de nuestros paisanos de los  pogromos (que en ruso significa «devastación») de la semana trágica de 1919, molidos a palos por los niños bien de la “Liga Patriótica” o torturados y asesinados por las policías bravas.

“El “escucha Israel” no me conmueve. Sólo un “escucha mundo” podría salir de mi alma rabiosamente. Así lo quiere el número de seis cifras sobre mi antebrazo. Así lo exige el sentimiento de catástrofe que domina mi existencia” dice Jean Améry y, como los seis números grabados en su antebrazo, también así lo quieren, creo, los niños, mujeres y ancianos masacrados en Sabra y Chatila, los asesinado a bordo del Mavi Marmara, etc.

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