Pistas y misterios

Una nota del diario “El Siglo”, de Chile. Nos invitaron a la Feria del Libro que se realizaba junto al Mapocho. Salvador Allende acababa de perder su tercera postulación a la presidencia, pero ninguno de nuestros amigos dudaba que la próxima era la vencida. Conocimos a gentes inolvidables, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Carlos Ossa, los Parra, Pablo de Rokha, Manuel del Cabral, el poeta dominicano que por entonces era cónsul en Chile, etc., y con muchos de ellos la relación se prolongó en el tiempo. Héctor , en su libro "La verdad sobre el Pan Duro" de 2007, abunda sobre esta gira mágica y maravillosa, en la que nos acompañó mi Alicia.

Una nota del diario “El Siglo”, de Chile. Nos invitaron a la Feria del Libro que se realizaba junto al Mapocho. Salvador Allende acababa de perder su tercera postulación a la presidencia, pero ninguno de nuestros amigos dudaba que la próxima era la vencida. Conocimos a gentes inolvidables, Enrique Lihn, Jorge Teillier, Carlos Ossa, los Parra, Pablo de Rokha, Manuel del Cabral, el poeta dominicano que por entonces era cónsul en Chile, etc., y con muchos de ellos la relación se prolongó en el tiempo. Héctor , en su libro “La verdad sobre el Pan Duro” de 2007, abunda sobre esta gira mágica y maravillosa, en la que nos acompañó mi Alicia.

Héctor Negro (Buenos Aires, 27 de marzo de 1934- 15 de septiembre de 2015): ¿La poesía? tengo algunas pistas para creer que puede ser algo más que un delirio que me obsesiona.

Juana Bignozzi (Buenos Aires, 1937-5 de agosto de 2015): En la poesía tiene que haber algún misterio, algo que el poeta ve y que el público no.

Héctor y Juanita –tesis y antítesis- se fueron. Por muy pocos días no viajaron juntos.
Juanita era la única de nosotros que quería, con sinceridad y fervor, hacer “una carrera literaria”, al resto nos ocupaba, con idéntica sinceridad, fervor e ingenuas expectativas, cambiar la vida a golpes de poesía. Tanto ella como el resto, lo comprobamos al final, estábamos equivocados. Eso sí: de una manera que se extraña, que valía la pena.
Negro, paseaba, por entonces, con Mabel por el centro y, a la sombra de la magnolia amiga de la Plaza Lavalle, se exaltaba al comprobar “Cuánto día cabe aún en nuestros pulmones” y Bignozzi (en ocasiones, en broma, la llamaba por el apellido) se cuestionaba en su tierra de nadie: ¿Qué vas a hacer Juana/ con la juventud que aún te queda?. Y claro, todo esto sucedió antes de aprender. Y ya pasó. Ahora ya entendemos de qué se trata todo esto, la vida. Claro que algunos, la mayoría de los que éramos, ya olvidaron, lo que de ninguna manera quiere decir que los olvidamos a ellos, y mucho menos que ignoremos que el olvido, de todos modos, sigue allí, aguardándonos, para ser definitivo.
Nos quedan por supuesto esas revelaciones con grandes imposibles y olvidos que no llegan, que infatigable, desde “Los límites” (1960) persiguió y a veces vislumbró Juanita, y aquel bandoneón de papel y las letras de milonga de Héctor que, lo mismo que Manzi, logró con lo que algunos consideraron “un género menor”, una gran poesía, una poesía mayor. Felizmente toda esa armonía de palabras y paisajes suburbanos encontraron a otro gran músico que las descifró cabalmente, Osvaldo Avena, pero los que tuvimos la fortuna de escucharlas cantada por el poeta -que hacia percusión en una mesa del bar- sabemos que nunca volverán a sonar así de vívidas y auténticas. De pronto estallaba una fiesta ¿cómo olvidar la chispa feliz de los ojos del cantautor, la sonrisa pícara, la evocación traslúcida del vestido de azahar y cielo de la morena que se casaba, o los golpecitos en el empedrado de los cascos del caballo del lecherito, o la radiante hermosura de los domingos en los que ella era suya, entera de la blusa al beso. En ocasiones, los músicos de la orquesta de Pugliese, que terminaban el ensayo, se acercaban a escuchar y aplaudían, a veces, también el maestro. Esa, exacta, era la otra vida que recordaba Juanita, en la que “miraba desde la ventana de un bar…”. Y ese bar era el Callao 11(*) ¿cuál otro si no?. En él, en torno a una gran mesa (por abajo gateaba Alejandro, mi hijo, buscando tapitas de botellas) y en una foto que se va vaciando, alguna vez estuvimos todos: Juancito Gelman (con “Violín y otras cuestiones” rompimos fuego) Hugo Di Taranto, gruñón y tierno, Roberto Díaz (presenté su poemario inicial en 1966, en el Teatro de la Fábula), Rosario Masse (lo llamábamos “el viejo Vallejo reencarnado” ), Pipo Silvain, que hacía cantar a las calles, a los tranvías, a Caballito, su barrio, y a la lluvia, Juan Hierba, que un buen día cumplió con lo prometido en un poema, dejó absolutamente todo y se fue a una isla lejana (a vivir y a morir), Guillermo Harispe, y su pequeño inventario de aventuras, Carlos Somigliana, que nos dejó en el alma, grabado a fuego, el “Nunca más”, y Atilio J. Castelpoggi, otra mirada, la del 40, pero idéntica pasión joven.
Naturalmente también los que duramos. Perdonen, por no nombrarlos, es por cábala.
…Y, así, todos los miércoles, obligatoriamente, la foto se componía, abigarrada. Estaban los infaltables: Cacho Costantini, Julio Huasi, Miguel Ángel Bustos, Susana Vallés, Marcelo Ravoni, Quique Blaisten, José Portogalo, Rodolfo Campodónico, que se enojaba conmigo (y muy en serio) cuando elogiaba a su maestro por lograr que “Evita saliera fea” en los afiches, y también los otros, los visitantes intermitentes: José Luis Mangieri, Carlos Alberto Brocatto, Rubén Chihade, Luis Luchi  (nos reencontramos en Barcelona y en Madrid) Mario Jorge De Lellis, Paco Urondo, David Álvarez Morgade, el negro Portantiero, Alejandra Pizarnik, Armando Tejada Gómez, César Fernández Moreno, Mercedes Sosa, Ramón Plaza, Piri Lugones, Roberto Santoro y todos los amigos de “El barrilete”, y también los del “Grillo”, o “Poesía Buenos Aires”, con quienes peleábamos fuerte, y nos identificábamos y , desidentificábamos en Continuum, cada vez más fuerte las dos operaciones, pero no necesariamente en ese orden, y un etcétera interminable y gozoso.
De repente me viene a la memoria una noche en la que, al enterarse que Raúl González Tuñón había prologado mi primer libro, alguien murmuró “y claro…Raúl no le niega un prologo a nadie”, cuando le pedí explicaciones me dijo que a él también lo había prologado. Raúl era uno de nuestros padres adoptivos, el otro era Tico Pisarello.
En fin, Juana, Héctor, decíamos que la foto se va despoblando, es de inicio de los 60 y la tomó una noche de verano y lluvia entrecortada, Julio César “Guegué” Fumarola, amigo entrañable de mi infancia en Once, que fue secuestrado el 5 de febrero de 1974 por la Triple A y su cadáver, acribillado a balazos y con signos de tortura, hallado la mañana siguiente en un descampado de Ezeiza.
¡Que amables y consoladores suenan los eufemismos! Las gentes de teatro, por ejemplo, cuando alguno de los de ellos muere, dicen que salió de gira. Cómo me gustaría poseer ese talante (o esa capacidad de engaño y auto-engaño) e informarles que mis dos compañeros del Pan Duro, salieron, simplemente, por ahí, por las esferas, en busca de metáforas.
…y abundando en eso de ir borrándose, tampoco existe ya el “Callao 11”. Cuando regresé del exilio sencillamente no estaba. Magia. Allí pasaron cosas importantes: Nosotros, nuestros sueños, por ejemplo, pero ¿puede a alguno sorprenderle que algo o alguien haya desaparecido en la Argentina?

(*) El “Callao 11 (Café, bar, billares) estaba en la vereda de Callao, a muy pocos metros de Rivadavia, en diagonal al Congreso, Fue uno de los escenarios insoslayables de nuestra novela generacional, de educación sentimental, política y estética.
Hay un tango en su homenaje de Javier Mazzea, lo grabaron las orquestas de Osvaldo Pugliese y de Ernesto Baffa.

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