Dado lo avanzado de mi edad estas perplejidades son asiduas, explicables y, así lo espero, disculpables.
Leo (no me atrevo a escribir “releo”) el poema que transcribiré tras esta exposición breve, y me resulta familiar. El nombre de su autor me suena, sino igual, muy parecido al mío. Entonces estimo todas estas concurrencias, y no puedo evitar preguntarme si no habré sido yo quien… en fin.
Veamos:
El poema data del 26 de enero de 1939. De ese día no guardo la mínima memoria, por lo tanto, bien pude haber escrito un poema o no. Propongo entonces, porque es más positivo, y porque no hay constancia en contrario, trabajar con la hipótesis de que sí, de que pude, y si es que pude y, ese poema que pude haber escrito coincide letra por letra (otra hipótesis de trabajo que propongo) con este otro que acabo de leer -y que, ya lo dije, transcribiré tras esta exposición breve- no quedan ya espacios para la duda, este otro, no es otro, es, definitivamente, el poema que escribí el 26 de enero de 1939.
Uno, en la medida que acumula años, provoca, sin que importe si se lo merece, algún respeto, lo cual está muy bien, ya que un ser humano que ha logrado borrar de su memoria y de su consciencia todas las canalladas que seguramente cometió a lo largo de su vida, es “per sé”, tan inocente, como una criatura que acaba de arribar al mundo y necesita, en consecuencia, mimos, paciencia, y cuidados especiales. Abreviando: Si el poema agrada, adjudíqueseme, en caso contrario, olvídeselo.
….
Busco, rebusco, y no lo encuentro. Hace menos de nada lo sostenía con ésta, mi mano derecha (al poema, quiero decir), después, por un segundo, lo apoyé sobre el escritorio, aquí, a mi lado, y ahora se ha desvanecido, ya no existe.
Se los debo por lo tanto -una tan sincera como desesperanzada expresión de deseo- sé muy bien que el tiempo no alcanzará para saldar la deuda.
Se trataba, por lo que aún recuerdo (que es cada vez menos) de un poema muy hermoso. ¡Qué triste resulta finalmente todo! Jamás volveré a encontrarme con él.