Madrid, 1977

1)

Consulto el ajado cuaderno en el que tomaba notas rápidas de mi día a día como exiliado novato.
Había llegado a Madrid en enero de 1977, durante la que se conocería como la Semana trágica de la Transición, y leo en él: “el día 24 un comando ultraderechista asesinó en un despacho de abogados laboralistas de Comisiones Obreras (CC.OO.) situado en el número 55 de la calle de Atocha, a cinco personas y dejó gravemente heridas a otras cuatro”. Aquel hecho luctuoso inauguró lo que se conoció, bien o mal, como posfranquismo o “transición democrática”. Durante el entierro de las víctimas, se produjo la primera manifestación masiva de la izquierda española tras la muerte de Franco, la que -así nos lo contaron- forzó al gobierno de Suárez a dar vía libre a la legalización del Partido Comunista. Eso ocurrió el sábado Santo de 1977, llamado popularmente “Sábado Santo Rojo” y, en medio de un crudo invierno, pareció estallar, espontáneamente, la primavera. Un despertar multitudinario, súbito y pletórico de música que me proporcionó la ilusión (desgraciadamente fugaz) de haber sido trasladado por un genio (quizás el de Aladino) desde la sombría argentina del Proceso al corazón luminoso del mundo: ¿Cómo borrar de mi memoria y de mi corazón la imagen y el sonido de ese mar de banderas rojas y de estrofas de “La internacional” alargándose rumorosos hacia la Casa de Campo?
Los cinco muertos de Atocha y el medio millón de la guerra civil, debidamente sepultados en la desmemoria, habilitaban ya el comienzo de una fiesta.
Esta introducción, que puede parecer superflua, me ayuda a evocar (no digo recuperar, porque ya es imposible ) una ambigua fascinación lunar y dolorosamente sensual a la que me empujó, casi como a una trampa, “Flowers” , un espectáculo espectral de Linday Kemp (de cuya muerte me acabo de enterar) que espejaba el espíritu de una novela en la que lo obsceno y lo abyecto se transformaba en bello y sublime, sin dejar de ser obsceno y abyecto, “Notre Dame des Fleur”, de Jean Genet.
Un gran amigo de Genet, Truman Capote, dijo que Kemp no había usado nada de Genet, sino que lo había absorbido, y es muy posible, ya que el actor, el dramaturgo silente, el pintor, el bailarín, el Augusto (ese clown de cara blanca enharinada) fue también un vampiro. Aquel desvelamiento en el hoy desaparecido Teatro Martín de la calle de Santa Brígida, esquina a Santa Águeda, del barrio de Chueca, resultó, y hoy puedo advertirlo, imborrable. Después vi otras obras suyas: Duende (el homenaje a Federico García Lorca), Nijinski. Sueño de un loco; Onnagata; Salomé; Sueño de una noche de
verano y, quizás alguna otra más. Seguramente eran –todas- muy, quizás excesivamente hermosas, pero no pudieron aprisionarme. Posiblemente aprendí a defenderme de ellas.

2)

No hagas planes para más de cuatro días,
mañana mismo estarás de regreso.
Bertolt Brecht

ERA LA ÚLTIMA NOCHE DE 1977 y todos los argentinos del exilio madrileño (puede que alguno no estuviera, pero en la memoria no falta ninguno) nos reunimos en la antigua casa de la Calle de Toledo 32, del barrio de La Latina, justo enfrente de la por entonces Catedral Provisional, a cuatro o cinco calles del arco de cofreros de la Plaza Mayor.
Supe, pero mucho después que, ciento treinta años atrás, en la planta baja de aquel edificio convocante estaba el café de San Isidro, templo de la madrileñería galdosiana en el que -además de despacharse billetes para la diligencia diaria al pueblo de Leganés, a tres reales el asiento- alternaban literatos, tratantes y asentadores del Mercado de La Cebada y, los jueves (en los que había función nocturna de cante flamenco con piano) gitanos de tronío.
Pero, lo dicho, esa información llegó más tarde.
Las razones por las que entonces nos buscábamos los unos a los otros, sino muy claras, al menos las intuíamos, pero la mecánica de esa coincidencia unánime –más allá de que en el transcurso del tiempo intentamos explicárnosla- permanece misteriosa.
Ese diciembre el frio era, nos parecía,  contranatura y, aunque muchos ni siquiera nos conocíamos y algunos ignoraban en casa de quién buscaban refugio, esa noche –lo sabíamos- era preciso estar juntos, abrigarnos los unos a los otros y, después de las uvas, esperar cuatro horas para volver a brindar.

(La foto es muy anterior. En 1977 también había un supermercado en la P.B. Era de la firma “Simago”.)

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