Leo, absolutamente conmocionado, “Los libros de Jacob”, de Olga Tokarczuk, una gran novela ( en la dimensión de “Guerra y Paz”, “Ulises” o “Cien años de soledad”), erudita y pletórica de genio popular, que se despliega como un extenso mosaico en el que se amalgaman y confunden los géneros: la historia en primer lugar (si es que es posible crear verosimilitud a través de formas imprecisas y, además, documentar exhaustivamente la invención) pero también la épica, la sátira, la teología, la mistifica y el gnosticismo, la picaresca, en fin…como lo precisa su subtítulo, un gran viaje a través de siete fronteras, cinco lenguas y tres grandes religiones, sin contar otras pequeñas, en cuyo transcurso cuatro voces, mínimamente cuatro perspectivas -incluida la de los muertos- nos narran la epopeya de Jacob Frank, un joven judío, iconoclasta y carismático que -a ejemplo de Shabtai Tzvi, aquel rabino del siglo XVII que nos contara Isaac Bashevis Singer en “Satán en Goray”– tras proclamarse Mesías, recorrió la Europa de la Ilustración, desde las miserables aldeas campesinas en la frontera entre Rusia y Ucrania hasta las corte de los Habsburgo y los palacios de Viena o Varsovia, y generó un movimiento herético que afirmaba que el fin de los tiempos había llegado y que, por lo tanto, la moral de la época debía ser abolida.
Como en “Los errantes” –hasta la que nos ocupa, su novela más conocida y también la más traducida- la idea primigenia del movimiento, de la trashumancia, de las configuraciones efímeras y la confusión idiosincrática, prefigura la forma del relato, un tejido de formas narrativas basadas en la fragmentación del relato, de pasajes independientes (como las estaciones en el viaje) y, sin embargo, poderosamente asociados.
“Tal vez deberíamos confiar en los fragmentos, ya que son ellos los que crean constelaciones capaces de describir más, de una manera más compleja, multidimensional”–sugirió Olga Tokarczuk en su discurso de aceptación del premio Nobel- “Nuestras historias podrían referirse unas a otras infinitamente y sus personajes centrales podrían relacionarse unos con otros”.
Y así finalizó su lectura:
“Es por eso por lo que creo que debo contar historias como si el mundo fuera una entidad viviente única, en constante formación ante nuestros ojos, y como si nosotros fuéramos una pequeña y, a la vez, poderosa parte de ello”