Ars Poetica

Payasos de Juan Moreira 1) Ficción o no-ficción, la escritura, siempre, exige un acerca­miento a la realidad extraordinariamente cauteloso. La literalidad, por ejemplo, produce ocasionalmente efectos sorprendentes de invero­similitud y barroquismo, pero lo realmente grave es que también in­troduce la sospecha de que, detrás de esos efectos, hay un autor torpe y maniqueo. Los hechos , tal como sucedieron, necesitan, aquí y allá, algunos trucos distractivos, si se pretende que el lector los crea.

Como para muestra sobra con un botón, revisemos una cita tex­tual de Wayne Smith, que era agregado en la Embajada de EE.UU. en Buenos Aires durante el período previo al golpe contra el gobierno de Isabel Martínez. Es ésta: «Recuerdo una recepción en enero (1976), donde había muchos militares. Y cuando alguien comenzó a hablar del asunto, la esposa de uno de ellos dijo: Por favor, no se les ocu­rra dar el golpe antes de que nos vayamos a Pinamar. Después hagan lo que quieran…».

2) Irritado, agobiado por la ineptitud del escritor al que debía adaptar, así se lamentaba Ferdinand Zecca, director de películas del período primitivo del cine y, dato éste muy importante, jefe de producción de Pathé, en una conversación con Michel Carré: “Estoy rehaciendo a Shakespeare. ¡Cuántas bellas cosas dejó de lado ese animal! (puede haber sido también en una carta, o en una entrevista -no lo recuerdo con seguridad- pero el dato está en “Ferdinand Zecca et les anonymes” de Maurice Bessy y Lo Duca).

  3) ¿Es en “Sobre la conquista del fuego” donde Freud dice que Hamlet, al no ultimar a Claudio, aún sabiendo que éste ha asesinado a su padre, indica un retroceso de la antigua vitalidad del mundo (y una profundización mayor del alma humana a medida que se desarrolla el hilo de la civilización) con respecto a Edipo que sí mata a Layo?

¿No está ya todo eso en Nietzche? Recuerdo aquello de “La naturaleza es cruel con su serenidad y cínica con sus auroras”

Tres variaciones sobre un tema único:

 * El arte británico de los años 90 estuvo dominado por la generación de los YBA ( Young British Artists), la mayoría de sus integrantes provenía del Goldsmith college of arts de Londres y sus exposiciones, realizadas en la Galería Seatchi, obtuvieron una extraordinaria cobertura en los medios. La estrella del grupo resultó Damian Hirst, quizás porque fue reconocido internacionalmente como el artista vivo mejor pagado, pero ahora quiero ocuparme de otro de sus miembros, Martín Creed, quien obtuvo en 2001, a los 33 años de edad, el prestigioso premio Turner otorgado por la Tate Gallery de Londres. La obra que mereció la distinción se titulaba Work Nº 227: Lights Going On and Off y consistía en una sala vacía. Alternativamente uno tubos de neón ubicados en su techo, se encendían y se apagaban. Así se mostraba e inmediatamente se ocultaba lo que allí había: Nada.sobre-blanco-6-3-4-carta-corresppaq100-unds

* En una pausa -durante la escritura, en 1999, de “El fin y los medios”, un juego libre sobre “La Mandrágora” de Maquiavelo- leí en “Clarín” que un empresario japonés pidió que su a muerte cremaran, junto a su cadáver, un cuadro de Van Gogh que le había costado ochenta y dos millones de dólares. Entonces anoté en un borde: ¿No termina esto con cualquier ilusión del arte como patrimonio de la humanidad? ¿No reconfigura la figura del artista-sirviente?

* Habían trascurrido ya tres días de encendidos y, ocasionalmente, brillantes intercambios, y el Foro Internacional de Dramaturgos que se celebró en el Teatro Nacional Cervantes de Buenos Aires en noviembre de 2002, discurría ya hacia su final. A mi se me había encargado que ensayara algunas síntesis de tanto y tan generoso aporte. ¿Quedaba algo para añadir? Se había hablado de todo, o casi de todo. Sin embargo, algo me decía que habíamos descuidado algo, y no precisamente un detalle menor. O quizás estaba equivocado y para mis colegas se trataba, en efecto, de un detalle menor. “Por alguna razón– dije-quizás por la vehemencia con la que los nuevos dramaturgos defendieron la potencialidad de todos los agentes del hecho teatral como prvaciooductores de dramaturgia, superior, frecuentemente, a la del propio autor del texto; me llamó la atención su falta de énfasis respecto a la función del público en ese esquema creativo: fue mencionado (el público, digo) al pasar, con desgano, y a raíz de una pregunta, y aceptado, prácticamente como una fatalidad del código emisor-receptor”.

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