De escorpiones

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1) (…) recuerde lo que le dije. Anote la hora y el día en que se lo dije. Era Mefistófeles, y en cualquier momento iba pedirme que le firmara un contrato con mi sangre.
-Puede que eso no sea lo que quiero.
-Sí, que es eso. Y, aunque no lo fuera, no puede impedirlo ¿Se acuerda del cuento del escorpión? (*) Y se rió otra vez.”

(*) Los escorpiones (del latín scorpio-õnis Scorpionida) son un orden de artrópodos arácnidos de ocho patas, un par de apéndices en forma de pinza en la zona delantera y, en la trasera, una cola acabada en un aguijón provisto de veneno.
Pueden ser de color marrón, negro, amarillo o verdoso.
Se conocen unas 1400 especies en todo el mundo que miden entre nueve a veinte centímetros.
En una cantera cerca de Prüm, en Alemania, se encontró una pinza fosilizada de 46 centímetros de largo, que ha permitido estimar la longitud total del escorpión prehistórico en dos metros y medio y 180 kilos. El ejemplar de cuatrocientos millones de antigüedad dota de valor científico a lo que, hasta hace poco tiempo, era apenas una superchería: Hubo un tiempo en el que habitaban la tierra ciempiés gigantescos, escorpiones enormes, e inmensas cucarachas.

2) (…) ¿Puedo contarle una historia muy breve? Le pregunté
Se sonrió. Solamente si es muy breve.
Lo es, y si ya la conoce, avíseme -le dije. Se trata de una variante sobre el cuento del escorpión. La de un maestro Zen que ve al escorpión ahogarse y decide salvarlo, entonces el escorpión lo pica. El maestro, instintivamente, lo suelta y el escorpión ya se está ahogando de nuevo ¿Qué hace el maestro? Lo vuelve a sacar y el escorpión, como usted seguro ya se imagina, a picarlo. Entonces alguien que está observándolos, se acerca y le reprocha al maestro el ser tan obstinado ¿O es que no entiende que cada vez que trate de sacarlo del agua el escorpión va a insistir en picarlo? La picadura del escorpión está en su naturaleza- le contestó el maestro, y eso no va a cambiar, mi naturaleza tampoco, No tengo alternativas, voy a insistir en salvarle la vida.
Dicen los optimistas y los altruistas que, con la ayuda de una hoja de higuera, finalmente lo consiguió. Que salvó al escorpión de morir ahogado
-¿Y usted qué conclusiones saca?
-Que me encantaría si no hubiera podido salvarlo. Que toda la
responsabilidad fuera de la naturaleza… ¿Qué culpa o que mérito tiene uno haciendo lo que, por naturaleza, no puede dejar de hacer?
-Ninguna, créame. Y hágale caso a su maestro zen. Y volvió a sus papeles.

3) (…) otra de escorpiones, pero para ésta, me parece, no nos sirve un maestro Zen. Creo que un aracnólogo da mejor el tipo. Un aracnólogo, entonces, advierte que en una charca profunda un escorpión se está ahogando. Asiéndolo con precaución, logra rescatarlo. Lo deja en la orilla y, con curiosidad científica, observa sus reacciones.
El escorpión, con su par de ojos medios y también con los laterales, observa a la vez, a su salvador. Seguramente, en su interior, está librando, un combate encarnizado contra su propia naturaleza, en el que, finalmente, triunfa, la gratitud. Un profundo sentimiento de gratitud. E inicia la retirada.
Entonces, el aracnólogo, con desprecio, aplasta de un pisotón a ese escorpión inclasificable, desnaturalizado.

4) (…) entre los escorpiones es frecuente el canibalismo, lo que de ninguna manera confirma aquello de que nacieron comiéndose el vientre materno, ni de que se generaron de otros escorpiones ya muertos y podridos, ni ninguno de los otros, infinitos, mitos, la mayoría desagradables, que desde tiempos inmemoriales han ido desacreditando la especie. Ocurre que el escorpión es el artrópodo más antiguo, cuatrocientos millones de años sobre la tierra, y ese es un tiempo razonable para aprender que si no comés, te comen. La cosa es que un escorpión, se enfrenta, espejo mediante, a otro escorpión que lo observa, todo indica que con sus mismas intenciones. Los dos llevan casi un año sin comer, y acaban de despertar de la hibernación con un hambre feroz. El escorpión entiende perfectamente las razones de su congénere del otro lado, y no le cabe la menor duda de que éste también comprende las suyas. No hay rencor, entonces, pero sí una necesidad irrefrenable de devorarse mutuamente. Se trata como en el far-west de ser el más rápido, y por eso se arrojan sobre el otro, tratando de madrugarlo y sacarle ventaja. Saben que el diseño de sus caparazones posee una resistencia excepcional y saben, por lo tanto que les espera un trabajo arduo, también saben que siempre, desde hace cuatrocientos millones de años, lograron que su venenoso aguijón penetrara la coraza del adversario y, por lo tanto, confían cada uno en sí mismo. Sin embargo hoy está ocurriendo un fenómeno excepcional y aunque lo advierten, no creen que lo sea tanto como para dar por finalizado su duelo e interrumpir el juego inútil de cuatro pinzas poderosas que, por primera vez, se demuestran inservibles. La carne deseable del otro, parece como acorazada por una lámina transparente, resbalosa e impenetrable. Así, hasta que, pasados dos días eternos, terminan derrumbándose, agotados, uno enfrente del otro, y observándose lánguidamente, resignados, sin ningún resentimiento.
Ya no les quedan fuerzas ni para el triste y último recurso del escorpión de Byron: inyectarse a sí mismos el veneno que guardaban para su enemigo y, de esa forma, poner término a sus padecimientos.
Pero paciencia, se consuelan uno a otro, ya falta poco, y parecen alegrarse de morir acompañándose.
La mismo podía contarse en contraplano, quiero decir, desde el otro lado del espejo. No haría falta cambiar ni una coma y, sin embargo, la historia sería otra…”

 

(Fragmentos de “El huerto de fractales”)

 

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