Uno de de los acontecimientos –y seguramente entre los más estimulantes por sus características- que proyectaba el Teatro Nacional Cervantes para conmemorar, en 2005, el IV centenario de la publicación de Don Quijote, era la presentación y emisión radial en/desde el Salón Dorado del Teatro (un espacio exquisito inspirado en el Salón María Luisa del Palacio de Oriente, en Madrid) de una versión libre de los Entremeses de Miguel de Cervantes Saavedra. Se me pedía que, con absoluto respeto, acercara al espectador (oyente) actual y argentino, un habla y una estructura sintáctica históricamente lejanos y, de alguna manera, ajenos. El supuesto de un lenguaje común, me vedaba las alegrías del traductor, y el recurso de allanar el texto reemplazando algunos vocablos arcaicos por sinónimos accesibles, concluía, sin excepción, en un lamentable empobrecimiento de la poética, me tomé, entonces, el atrevimiento de dar el paso de lo libre a lo libérrimo.
El método fue radical: En el capítulo XI de la segunda parte del Quijote, éste topa con una carreta de recitantes de la compañía de Angulo el Malo, que, aprovechando la fiesta de corpus, viene de representar en un pueblo manchego el auto de “Las Cortes de la Muerte”. A este comediante ya nos lo había presentado Cervantes en “El Coloquio de los perros”, o sea, que tanto él, como su compañía me parecieron con entidad suficiente para dotar a la reunión de los ocho entremeses, tan diversos unos de otros, de una sólida unidad de acción. También me gustó la idea de que el capo cómico hablara con el público y, a su manera, lo guiara, lo que quiere decir que le hiciera entender la forma y el asunto, y –así lo pensé- para ello, con su larga experiencia itinerante, se las arreglaría, sin duda, para que a ningún andaluz, a ningún vasco, a ningún catalán, y ¿porqué no? a ningún argentino, se le escapara el sentido de una sola situación, de una sola palabra. Este fue el procedimiento y, sin sacrificar el regusto de un castellano algo añejo, barroco, y, no obstante, asimilable, delegué en Angulo el Malo y sus recitantes mis propios pecados: los cómicos, ya se sabe, suelen tomarse excesivas libertades con los textos.
Hubo un material en el que, debo admitirlo, se rozó el rizo. “El rufián viudo llamado Trampagos” es un paso que transcurre en el bajo mundo, sus personajes son escoria y su lenguaje… ¿qué decir de su lenguaje? Un argot hermético, canalla, que excluye a cualquier extraño a la cofradía de hampones castellanos del siglo XVI. Esa fue, para Angulo el Malo, la prueba de máxima dificultad, y vaya a saber si la hubiera superado sin una ayudita de sus amigos: la caterva de “Los escruchantes” de Don Alberto Vacarezza y la runfla del malevo Muñoz que, a cuatro siglos y once mil kilómetros de distancia, le prestaron, solidarios, su lunfardo.
El proyecto, muy bien recibido por los responsables de su producción, no se cumplió, sin embargo, según lo programado. Se frustraron las transmisiones desde el Cervantes – se esgrimieron razones de orden técnico- y los ocho entremeses, en cuatro audiciones, fueron emitidos desde el auditorio de Radio Nacional por el elenco de “Las dos carátulas”.
Sea como sea, me interesa reproducir algunas de las razones desde las que, por entonces, proyecté mi trabajo:
La función del teatro por radio, que no la del radioteatro, no es, por supuesto, suplir la ausencia de representaciones teatrales, ni reemplazarlas, y mucho menos trasplantar lo esencial de un medio artístico a otro medio, pero tampoco se resigna a divulgar, objetivamente, un repertorio escénico. Cuando logra todas las sugerencias y figuraciones del espectáculo invisible, lo transforma en realidad, en un producto estético autónomo. “Si bien la visión está excluida de la radio –decía Bertold Brecht- ello no significa que no se vea nada sino al contrario: se ven una infinidad de cosas (…) tanto como se quiera ver” o- decimos nosotros- como el artista sea capaz de convocar y transmitir cuando la palabra queda desnuda ante el micrófono, tal como es, en su verdadero valor, sin maquillajes, ni decorados, con la ayuda, eso sí, de todo un universo de sonidos.
El propósito de estas audiciones con público de los Entremeses no era, entonces, reproducir las mecánicas de una función de teatro que se transmite radiofónicamente, sino las de un autentico programa radial que es presenciado por un sector, proporcionalmente muy reducido, de su público potencial.
A continuación, la introducción, recitada por el propio Angulo, a la primera audición en la que los actores de su Compañía se disponían a representar los dos primeros entremeses, “El retablo de las maravillas” y, enseguida, “El vizcaíno fingido”. Creo que interesa destacar que incorporamos al elenco de Angulo, a la gran Francisca Bataraza (que en el debut encarna a La Chirinos) una comediante de la época a la que llegaron a hacer santa.
ANGULO EL MALO:
De seguro me conocéis, mas igual me presento,
que ahorrar saliva no es natural al charlatán de oficio,
y si los hay, que haylos,
ante vuesas mercedes comparece, sin duda, el más grande de todos:
¡Angulo, el malo!,
famoso descendiente de las antiguas cofradías
de locos, saltimbanquis, jaculatores, goliardos y juglares,
que cruzóse cierta vez con aquel Don Quijote,
por entonces más loco que yo ahora,
quien confundió nuestro carro de comediantes
con la Carreta de la mismísima Muerte
y a nosotros,
los cómicos,
con diablos, dioses paganos y con la propia huesuda,
que, en efecto, de tales nos disfrazábamos pues
-para hacerla corta-
era la octava de Corpus y representábamos “Las cortes de la Muerte”,
siendo los pueblos tan cercanos que no cundía el trabajo de desnudarse
y volverse a vestir entre funciones…
pero todo eso ya está escrito,
y también cómo la cosa casi pasa de mojiganga a tarascada,
y no fue así solo por el talante pacifico del escudero
y por la buena naturaleza del hidalgo
que terminó concediendo que de mochacho fue también aficionado a la carátula,
y cómo se le iban los ojos tras las farándulas.
Y habiéndonos como vemosnos con el gran manco de Lepanto
¡Respetable público de esta plaza, o corrala
o barracón
o patio de posada
o aureo teatro de Corte
o lo que fuere el sitio al que ha sido llamada agora esta eximia compañía de título!
… que uno gira tanto y mas que un trompo que ya no sabe,
y no hay diferencias en fingir y recitar
en donde sea que en donde a usted le plazca,
por lo que repito devotos del monstruo del Henares:
¡Aquí sus joyas de lilliput, su micro omnnia, sus entremeses,
en ellos veréis y admirareis cómo Angulo, el malo
-Yo para entendernos-
puedo, puede, a la vez, ser otro y él mismo,
narrador y personaje,
ubicaros a vosotros en el sitio y en el tiempo
y sacaros dellos,
informaros si alguno sale, entra, o hace esto o aquello y,
de súbito,
encarnar para desencarnar prestamente,
que no en balde fue mi aprendizaje en el bululú,
donde hacía todos los papeles, varones o hembras,
y cambiaba la expresión, la voz, la mímica y el sentimiento
según fuere el que fuere
y así, hasta preguntarme yo mismo confundido
¿pero quien es éste?.
Pero ¡ea!
Que ya está bien,
que abundo,
que para esto del entremés sirven y sobran
algunas tablas dispuestas sobre toneles y,
de habella,
una cortina.
Que vosotros y nosotros nos sobramos
Y desta pintura gruesa,
de pasos chuscos
La verba cómica es de tal suerte
Que es el burlado quien más ríe
Y bailan todos…
baila la muerte.
Culpa al espejo quien no se gusta
Pero no deja de mirarse
Porque la farsa es contagiosa
Cuanto más pique
Más que rascarse
Y ahora, sin pausa, ¡vamos…casi de carrerilla ¡aquí nuestro primer entremés! ¡Ea Rabelin!
(Tamborete impiadoso)
Y tú Francisca Baltazara, santa, mi señora, no se si más hermosa que grande comediante, ya lo veréis luego en el paso, haciendo La Chirinos
FRANCISCA/CHIRINOS (anuncia, con voz de Francisca):
¡EL RETABLO DE LAS MARAVILLAS!
(Más tamborete)
(*) Y como una cosa lleva a la otra, los cruces entre teatralidad y narrativa, provocan para seguir pensándolo