Para Alioscha (Un chiste malo, de los nuestros)
Con amor.
“En tanto las leyes de la matemática se refieren a la realidad, no son ciertas; en tanto son ciertas, no se refieren a la realidad.” [Albert Einstein]
“Garrá lo´libro, que no muerden”. [Carlos Warnes “César Bruto”]
TAN SOLO TRES AÑOS ATRÁS, Erwin Schrödinger había acaparado, por su brillantez casi soberbia, la atención de la XXXVIII edición de la Haber, pero ahora -aunque tenía razón Zygmunt Wroblewski y sus paradojas seguían vivas y traviesas- él había muerto. Después de esa fatalidad, sin embargo, Schrödinger continuó manteniendo una correspondencia regular con los organizadores del evento científico. Sus cartas llegaban puntuales a comienzos y a mediados de cada mes, y el hecho, por otra parte razonable, de que no se las contestaran, no parecía desalentarlo, eso sí, empezaba a advertírsele cierta impaciencia en el tono.
Erwin preguntaba una y otra vez si se tenía alguna noticia de su gato del cual, hasta el fin de la XXXVIII edición de las Conferencias de la Fritz-Haber ‚ (*), no se había separado nunca.
El minino se llamaba Murr, como el de E. T. A. Hoffman y se lo había regalado, recién nacido, su gran amigo y colaborador Paul Dirac, en 1958.
Delante de Murr, todo el mundo estaba obligado a llamar a Schrödinger, Señor Kreisler, como al amo del gato del cuento.
Murr se escapó una noche (probablemente la culpable fue una gata) y a la mañana siguiente Schrödinger debía viajar con urgencia a Viena. No obstante, jamás habría partido sin su Murr si Broglie, colega y amigo, no le hubiera jurado no descansar hasta encontrarlo. Cuarenta y ocho horas después -le había jurado Broglie- los tres (Murr, Schrödinger y él mismo) desayunarían juntos en el Sperl. Ni el gato ni el Príncipe Louis-Víctor Pierre Raymond de Broglie volvieron a pisar el Café Sperl, Erwin Schrödinger, por el contrario, salvo que algo extraordinariamente importante se lo impidiera, estuvo allí cada mañana, hasta que, a mediados de octubre de 1960, los médicos le prohibieron levantarse y abandonar el sanatorio.
(…) Y FUE ASÍ QUE, si la mañana de la última jornada nos permitió disfrutar del feroz (y cordial) match dialéctico de Lakatos y Feyerabend sobre “la idea de método científico desde el legado del falsacionismo popperiano”, el festín epistémico que se nos sirvió mientras atardecía, no resultó menos suculento. La Gran Sala de Conferencias “Chandrasekhara Venkata Raman” (antiguamente “de las beguinas”) con su prominente cúpula de forma octogonal y los grandes ventanales que permitían -ya que sus pesados cortinajes, por lo agradable de la temperatura, estaban descorridos y amarrados por gruesos lazos sujetos a rosetones de bronce- disfrutar at pleasure de una vistas inigualables del lado sureste del casco histórico, desde el Callejón de las zancas que asciende empinada hasta la Ciudad Alta, con el trasfondo de una puesta de sol indescriptible que acontecía en coincidencia tras las altas murallas de las que buena parte se conservan en excelente estado (sobre todo las 8 torres que siguen en píe de las 41 originales). La Gran Sala, decía, faltando aún dos horas para el inicio del evento, rebasaba ampliamente su aforo y, en el transcurso de la ansiosa espera, resultaba imposible aunque se intentase (y nadie lo intentaba) sustraerse al entusiasmo generalizado: invitados especiales (cinco Premios nobel), estudiantes aventajados y un público al que las exigencias multidisciplinarias de los discursos propuestos no desalentaba, compartían idéntica excitación, y no creo exagerar si afirmo que confraternizaban, sin olvidar, por supuesto, las debidas distancias jerárquicas, pero suspendiéndolas provisoriamente.
Bosie, a mi lado, no se perdía detalle, parecía un niño en una juguetería, y en la medida que reconocía a uno u otro de los genios que pasaban al lado suyo y que, ocasionalmente, hasta lo codeaban, se iba adentrando en un trance hipnótico profundo del cual, felizmente, fue desalojado por el vocerío y los empujones de los jóvenes estudiantes que por carecer de un asiento reservado se disparaban en busca de algún sitio lo más cercano posible al escenario, que les permitiese no perderse ni un mínimo detalle, ni un gesto, ni ¡Dios me libre! una sola de las palabras de los próceres que en poco segundos se sentarían en torno a esa austera mesa aún en penumbras, y cuando, finalmente, de toda esa agitación fue creciendo un silencio expectante, solemne, se volvió hacia mí y me pregunto en un susurro si por casualidad no tendría un caramelo, porque sentía una picazón en la garganta y tenía miedo de toser. Yo asentí y rebusqué sigiloso en uno de mis bolsillos y después en el otro. (…)
AL “PETACA” SARALEGUI (EN PROPIAS MANOS)
Estimado Petaca:
¿Qué le anda pasando compadre? ¿Se piensa que voy a tragarme eso de que la cinta estaba desmagnetizada? Seguro que se le olvidó apretar el botón “grabar” del Geloso. Bueno, otra vez salvado por la campana, pero no se mal acostumbre. Aquí va, tal como que me lo pidió, la copia del registro taquigráfico (acuérdese que a veces me divierto agregando comentarios de mi cosecha, y que si al mecanografiar se le cuele alguno, se arma flor de quilombo. Lea, relea y vuelva a leer). Otra cosa: Pasado un tiempo los nombres -que para abreviar no escribo- se me van de la memoria, y después no se quien dijo esto o quien dijo aquello, arréglese como pueda.
Creo que se me perdieron una o dos hojas, las busqué pero vaya a saber dónde las puse. Ojo, Petaca, que no vuelva a ocurrir como en aquel simposio, cuando le envió a su vieja la copia de las actas y a mí la cariñosa carta que le había escrito a ella.
A mí me parece que le conviene darle un poquito menos al escabio.
Saludos, y si me acuerdo de alguna cosa más, la intercalo.
EL MODERADOR, WILHEM VON RITTERBIGBANG, premio Nobel él también, cuando los aplausos con los que se lo recibió, finalmente cesaron, dijo con ese vozarrón suyo, a lo Chaliapin, grave, oscuro, y tan admirablemente modulado que, aunque no alcanzaba para disimular que pensaba en un idioma y hablaba en otro que apenas chapurreaba, lograba que el vasto auditorio descifrase no menos de un cincuenta por ciento de sus palabras. Ritterbigbang (importa que esto conste) rechazó tajantemente la mediación del excelente traductor que se le ofreció, y las razones que adujo fueron las siguientes: A) Él mismo era un poliglota, B) Si Aristóteles sólo existe en versión traducida, el traductor es, de manera objetiva y necesaria el único Aristóteles posible y Ritterbigbang, además de en Aristóteles, solo confiaba en Ritterbigbang para traducir a Ritterbigbang, C) Los traductores especializados en ciencia, pobrecitos, aún mantienen viva la esperanza de ser entendidos por el público, y repiten en fácil lo que uno dijo en difícil y D) Él, personalmente, se comprometía a revisar prolijamente cada una de sus intervenciones antes de dar el O.K. para la publicación. (Lo que significa, Petaca, que va a leer todo esto palabra por palabra, así que atenti y esmérese)
-Hay cosas cuya importancia conocemos- comenzó- pero que toman un relieve particular y hasta un sentido nuevo, cuando son expresadas por ciertos hombres; preguntas de las que quizás creíamos poseer la respuesta, pero que le corresponde a los sabios venir a revelárnoslas. ¿Qué es la ciencia? ¿Hablamos de algo per se cuando hablamos de ciencia?-
Entonces, esperó cinco segundos exactos controlados por su cronómetro. ¿Aguardaba alguna respuesta?
-Esas, precisamente, son dos de esas preguntas a las que me refería- se limitó a constatar.
-Culminamos en este… –y miró estimativo hacia una de las ventanas laterales- sí, ya podemos decir “anochecer”, mientras el sol rojizo e incandescente apaga sus ardores tras las siluetas almenadas de las torres inmemoriales, esta XLI edición de las Conferencias Anuales de la Haber que, con excepción de los tristes intervalos de las dos guerras mundiales, vienen reuniendo desde 1911 a la crème de la crème de la comunidad científica internacional.
Y permítaseme una muy breve reflexión sobre una palabra que, ahora reparo, he utilizado azarosamente: “Culminar”, que como todos sabemos significa llevar algo al grado más elevado, significativo y extremado al que al pueda ser llevado y, además, darle fin.
Mi inconsciente, compruebo, seleccionó bien el término, ya que me cabe el alto honor de que compartan conmigo el escenario dos investigadores de enorme prestigio internacional, que, sin duda, los ayudarán (Y también a mí, en cierta medida) a reflexionar sobre el conjunto de pasos ordenados que se emplea principalmente para hallar nuevos conocimientos al que, quienes lo adoptamos, acordamos en reconocer como “Método Científico”.
En primer lugar permítanme presentarles – Y se volvió al lateral derecho del escenario- al destacado especialista en física molecular…
Entonces, el destacado especialista en física molecular al que Ritterbigbang presentaba, lo corrigió -Cuántica.
-Molecular- insistió Ritterbigbang.
-Cuántica- se obstinó el otro.
Hubo un silencio que seguramente duró menos de lo que le pareció al público. No fue, como dio la sensación, eterno.
Los colores que por un momento habían desaparecido, regresaron lentamente al rostro de Herr Wilhem y también su sonrisa gélida.
-Disculpe, aquí dice “molecular” -tronó con su vozarrón chaliapiano- y si aquí dice “molecular” usted es especialista en física molecular, porque de lo que vamos a hablar es del Método Científico, y en ciencia lo que es, es, por lo menos hasta que se pruebe lo contrario, irrefutable. Si aceptáramos así porque sí, que usted no es lo que aquí dice que es y yo, en consecuencia, dije que es, estableceríamos un peligroso precedente, abriríamos una zona de inestabilidad en la que la credibilidad o funcionalidad dejaría de ser tal, por carecer de energía suficiente. Comencemos entonces de una buena vez, si me hace el favor, mi estimado Profesor Molleja…
-Criadilla- alcanzó a murmurar un hombrecito que avanzaba un paso y retrocedía dos, que era físicamente muy escueto y extremadamente pálido. Vestía un traje negro de confección vulgar que, pese a lo módico de su complexión, aún le quedaba demasiado estrecho, camisa blanco tiza con un nudo pajarita arratonado, una media café con leche y otra escocesa, mocasines bordo sin lustrar, un sombrero flexil gamuzado que había olvidado de quitarse, anteojos con cristales gruesos de culo de botella y, como si no alcanzara con eso, afirmaba no llamarse Molleja
– Digo que Criadilla, no Molleja. Criadilla. Alfio L. Criadilla…
Wilhem Von Ritterbigbang, premio Nobel él también, rió en una frecuencia de tercera y cuarta octava, tonos medios y graves para entendernos. Era evidente que buscaba sin pudor, la complicidad del auditorio. Algunas risitas le llegaron del fondo de la sala, pero, por la mueca de disgusto que desfiló fugazmente por su cara, no la cantidad que esperaba.
-¿Otro error epistémico, el mío?
Y su risa bajó a 16 – 64 Hz, lo que significa que estaba furioso.
-Aquí dice Molleja –prosiguió- pero usted afirma que es Criadilla.
El hombrecito hizo un gesto afirmativo, terco y asustado.
-Adivino lo que está pensando- Y a Ritterbigbang le interesaba más que lo escuchara el público que el aludido.
-Está pensando “Se supone que yo sé quién soy, por lo menos, mejor que usted” – Y lo observó inquisitivo- ¿No era exactamente eso lo que usted pensaba? ¿O me equivoco?
Molleja, o Criadilla, o como se llamara, humilló la cabeza y asintió con pudorosa dignidad.
Muy bien- prosiguió Ritterbigbang- Muy bien, dígalo si quiere, dese el gusto.
Molleja, o Criadilla, o como se llamara enrojeció y respondió que no, aunque respondió sin pronunciar palabra, limitándose a sacudir repetidamente la cabeza.
-¿Por qué no? ¿Si eso lo hace sentir bien por qué va a privarse? ¿Sólo porque yo tengo aquí, aquí mismo, frente a mis ojos, un curriculum vitae que a usted no le resulta para nada desconocido?- Preguntado lo cual enarboló una gruesa carpeta de la que extrajo una sola página, totalmente despreocupado de que las otras volasen por todas partes -¿Y qué nombre está escrito, y muy, muy claramente escrito aquí? Molleja, Javier J.
Se hizo un largo silencio, un silencio espeso, algo así como una suspensión del tiempo al que Ritterbigbang, cuando lo juzgó suficiente, puso fin. Y, contra todo pronóstico lo hizo con extrema cordialidad.
-Amigo mío ¿Recuerda usted aquello de Bachelar? “Lo que cree saberse ofusca lo que debería saberse.” ¿Sí? Entonces, si me hace el favor, ¿Nos permitiría continuar Profesor Molleja, Javier J.? Gracias.
Sin transición, y apretando el acelerador, pasó a informar que el Profesor Molleja dirigía el Department of Quantic Physics de los Tarahumaras Orgies Gangs, la Schöne Ärsche del Gruppe Zuhälter, la bla, bla, bla, bla, etcétera, etcétera., etcétera, y que ya sabemos, señores, que eso que llamamos “Tiempo”, ya se trate del absoluto de Newton, del subjetivo de Kant, o de la flecha probabilística, de Boltzmann, es, describámoslo como lo describamos, tirano, por lo que ahora paso a presentarles, seguramente con mucho menos detalle de lo que él merecería, a toda una eminencia de la física probabilística, el titular de la Cátedra de Física Cuántica…
En acorde, alguien carraspeó detrás de bastidores. Un carraspeo discreto, pero premeditado y, tras una mínima pausa, la corrección del dato, anémica, pero irremediable: Molecular…
-Cuántica.
-…Si no lo toma a mal, Molecular.
– Lo tomo a mal, porque esto ya pasó de castaño a beige…
– …A oscuro…
– ¡A beige! ¡A beige! ¡Deje de corregirme, Profesor Criadilla!
– Molleja…
– ¿Qué dice?
– Que Molleja, Aurelio A. Mi nombre quiero decir, Molleja Aurelio A. La segunda “A” no sé qué significa.
Paso- Bramó Ritterbigbang, igualito a un jugador que acaba de dilapidar una fortuna en una estúpida partida de póker, y redundó: Paso. Renuncio. Me las piro.
– ¿Pourquoi?– Preguntó sorprendido Criadilla, o quizás se tratara de Molleja.
-¿Pourquoi?- Y la piel del rostro del Moderador se cubrió, súbitamente, de manchas rojizas, apretó los puños, entrecerró los ojos, resopló como una locomotora de vapor, y se apretó, con las dos manos, teatralmente, el pecho, síntoma del aumento del ritmo cardíaco, de la presión y del nivel de adrenalina.
Después (ya que sus ataques de furia, sumamente populares, solían ajustarse a una rutina) los habitués esperaron a que comenzaran los gritos, los insultos, los gestos soeces, las patadas contra cosas o personas, la ruptura de elementos ad hoc, y, alcanzado el clímax, un imprevisto desgano, seguido de un desfallecimiento durante el cual tendría que ser asistido (para su contextura eras necesarias tres o cuatro personas que, dado su historial, estaban previstas) y conducido a un espacio adecuado, previamente dispuesto.
–¿Pourquoi?– preguntaba Ritterbigbang a unos y a otros, girando la cabeza, mientras avanzaba por el largo pasillo central por el que era transportado hacia la salida de la Sala de Conferencias- parce que ça ne marche pas – y parecía masticar las palabras con la boca llena de espuma igualito a un animal hidrófobo- ¡Das kann nicht sein! Así no se puede. Esto es a-científico, no deja en pie ni una mínima herramienta válida para abordar la realidad: ni el operativo, ni el científico, ni el analítico, ni el conceptual. Perdóneme Criadilla, perdóneme usted también Molleja, perdónenme todos, pero por no respetar, ustedes no respetan ¡qué digo el método científico! ¡No respetan ni sus propios currículos! ¡No respetan ni una mierda! ¡Sie respektieren keine Scheiße! – Se empinó por un instante, el justo para gritar: ¡Ad astra per aspera! Y pareció derrumbarse. Después, antes de abandonar la sala, hizo un gran esfuerzo extra e intentó bramar como un tigre ¡E pur si muove! (aunque apenas si lo maulló) y entonces se produjo el mutis, patético.
Y así fue como se borró de la vista, pero no de la memoria del público, Wilhem Von Ritterbigbang, de quien tanto se fabuló y tan poco se supo hasta, exactamente, una hora y media después.
Su ausencia produjo, naturalmente, uno o dos minutos de intensa incomodidad a la que el Profesor Molleja (O quizás fue Criadilla) dio fin con un “Ejem”.
-Usted primero…- Lo invitó su co-debatiente.
-Faltaba más
-Insisto…
-El que insiste soy yo…
-Entonces –dijo Criadilla (O Molleja) procedo, y permítaseme la simpática expresión popular, a dar el puntapié inicial…- Se aclaró la garganta, se sirvió y bebió agua, y volvió a aclararse la garganta- Ya en su “Almagesto” –Y consideró necesario aclarar que había consultado la traducción en latín de Gerardo de Cremona, realizada en el siglo XII- Ptolomeo (Tolemaida, Tebaida, circa 100 – Cánope, circa 170), heredero de la concepción del Universo de Platón y Aristóteles…
-Disculpe, disculpe estimado colega, pero debo discrepar…
-La discrepancia es inherente al método científico, querido profesor, hace, al método científico, tesis, antítesis, síntesis, discrepe, discrepe, hágame el favor, querido profesor…
La objeción de Molleja (o Criadilla) estribaba en que Platón y Aristóteles, dan una cosmovisión del Universo, y que Ptolomeo, como empirista, estudia la gran cantidad de datos existentes y construye un modelo geométrico…
Esto, lejos de ser refutado, fue saludado por su interlocutor con un aplauso. -Ha hecho usted un uso admirable de uno de los pilares del método científico, la refutabilidad, que, como todos sabemos es –y, por lo prolongado de su cavilación, se hizo evidente que buscaba el enunciado axiomático- Es el modus tollendo tollens del método hipotético deductivo experimental.
– Y que lo diga…
-¿Y qué dice ese modus tollendo tollens? ¿Eh? ¿Qué dice?-
-Eso… ¿Qué dice?
En medio de un silencio expectante el expositor se dispuso a coronar su aserto.
-Que toda proposición científica debe ser susceptible de ser falsada o refutada…
Para todos quedó claro que ni Aristóxeno podría haberlo expresado con tal claridad y belleza, y, en virtud de eso, los asistentes se permitieron romper excepcionalmente el grave protocolo del acto académico. Puestos de pie aplaudieron y siguieron aplaudiendo prolongadamente.
¡Oh Aristóxeno!,…-exclamó Criadilla (¿O Molleja?) tras los aplausos, Quizás con alguna ironía, tal vez un poco picado por el éxito que el otro había obtenido con una única y remanida cita y, casi con desgano, prosiguió (este comentario mío, elimínelo Petaca, limítese a ”Y prosiguió”)– y sólo por asociación de ideas ¿Sabía usted que Aristóxeno curó con la flauta a un loco que había quedado enfurecido por el sonido de una trompeta?
-¿Explica cómo?
-¿Cómo qué?
-Cómo lo curó. Una flauta tiene diversas aplicaciones…
-En principio la flauta es un instrumento musical…
-Un principio es solo una hipótesis, profesor…
-Pero la flauta ¿no es un instrumento para hacer música?
-¿Y la trompeta?/ Otro…/ Otro qué…/ Instrumento musical…/ Igual que la flauta, entonces…/ Igual/ O sea que usted no registra diferencias entre una flauta y una trompeta…/ ¡Estamos internándonos en un círculo vicioso de puro empirismo!…
Y, sobre el escenario, cayó un silencio ominoso.
La atmósfera, imprevistamente, se había apretado, y la concurrencia, que lo percibía, comenzó a inquietarse. Criadilla y Molleja, sin que nada permitiera anticiparlo, habían pasado de la confrontación científica al duelo con pistolas, y, si algo o alguien no aquietaba las aguas, no a primera sangre, sino a muerte.
-En matemáticas, dos objetos matemáticos son considerados iguales…- disparó el primero.
-En matemáticas…- intentó replicar el segundo, pero su proyectil se atascó en la recamara.
El otro no desaprovechó la ventaja.
-“Ninguna certeza existe allí donde no puede aplicarse alguna de las ciencias matemáticas o de las que están unidas con ellas”… Leonardo Da Vinci ¿Qué me dice? ¡Leonardo Da Vinci!-
Esa bala pasó silbando a menos de dos centímetros de la cabeza del otro.
-“Las proposiciones matemáticas, en cuanto tienen que ver con la realidad, no son ciertas; y en cuanto que son ciertas, no tienen nada que ver con la realidad.” …Albert Einstein ¿Qué me dice? Albert Einstein
…Y esta otra no alcanzó su blanco de puro milagro. Eso sí, astilló el respaldo de la silla en la que su destinatario se sentaba.
-¿Dos más dos no es lo mismo que cuatro?
-Y según eso una trompeta es una flauta…
-Sí, en determinada relación de equivalencia…
-Y permítaseme utilizar el símil, por simetría axial una flauta es una trompeta…
– Insisto: En determinada relación de equivalencia.
– Y supongo que un trompetista se define porque toca la flauta…etcétera.
– ¡En determinada relación de equivalencia!
-¿O sea que Aristóxeno podía haber curado al loco enfurecido por el ruido de una trompeta tocando otra trompeta?
-Para no caer en un prejuicio cognitivo, Aristóxeno no solo podía, debía haberlo intentado…
Molleja (¿O Criadilla?) Hizo un gesto de incredulidad y se escucharon murmullos entre el público.
Y ¡pim!, ¡pam!; un silbido de misil, ¡pffit!, ¡pffit! Todos estaban pálidos. Medíanse los duelistas (Molleja y Criadilla) aguijoneados por la adrenalina, meneando la cabeza, los manos de los hombres buscaban instintivamente las cartucheras, cerraban los ojos las señoras, conteniendo los gritos de espanto que en un espacio menos severo se hubieran, sin duda, desatado.
Munición pesada y, aunque teórica, mortal de necesidad, como un Corral O.K. hipotético.
Estaban frente a frente, a no más de dos metros uno del otro. Fue entonces cuando Criadilla (¿O Molleja?) alzó la voz y disparó dos veces.
-Como hipótesis, solamente como hipótesis ¡Pim! Supongamos que el loco había destrozado la trompeta que lo enfureció y Aristóxeno sólo disponía de su flauta. ¡Pam!
El otro recibió el segundo impacto en el pecho. Herido, también él comenzó a tirar.
-Que yo sepa, Galeno no registra curaciones por el uso de la flauta…tampoco Hipócrates de Cos.
Y gatilló su arma.
Molleja (¿O Criadilla?) se dio cuenta de que Criadilla (¿O Molleja?) era incapaz ya de contener su furia homicida pero, de todas maneras, le dio la voz de alto.
– ¿Pero sí por el uso de la trompeta?
– La trompeta es un tropo teórico –contestó el otro roncamente.
– ¿Y la flauta?
Esa sí que había pasado cerca.
-¿Qué flauta? Sistematicemos, estimado colega, o es que el método científico admite las generalizaciones ¡Flauta! ¿Qué flauta? ¿Traversa, de pan, de pico, Shakuhachi, dulce, flautín?
¡Pim! ¡Pum! ¡Pam!
Y eso obligó al otro a arrojarse debajo de la mesa, con una silla como escudo, y gritando – ¡Me remito a los pitagóricos…!
-¿Y quién diablos invitó a los pitagóricos a una discusión sobre el Método científico?- berreó y continuó disparando hasta que la corredera del arma le indicó que el cargador estaba vacío.
Por un instante en la sala sólo se escuchó el chirrido metálico de recargar munición.
-Me remito a los pitagóricos.
Corrió saltando sobre la tercera silla (la que le hubiera correspondido ocupar a Herr Von Ritterbigbang), en el aire arrojó la pistola a su rival, impactándole en el hombro y obligándolo a soltar su arma que ahora volaba por los aires.
-¡Tanto como Galeno o Hipócrates de Cos!- el grito de Criadilla (O Molleja) era más que una respuesta, era, sobre todo, un aullido de dolor e impotencia, el golpe había dolido.
-¿Y qué me dice de su Aristóxeno?- La pregunta de Molleja (O Criadilla) resonó como lo que era: Una burla.
-… ¿Se olvida usted que el loco ese al que no le gustaba la trompeta, tenía el alma en el hígado?- musitó abrumado.
-El alma en el hígado ¡Cierto!- y después como en trance: Desde el método científico, eso es irrefutable…
Algo inexplicable pero exaltante había sucedido. Eso que nunca sabremos de verdad. Nunca.
Desde el fondo de la sala, atravesando los pesados cortinados purpuras, llegó, apagado, el primer compás de la Allemande de la Partita para violín n.º 2, BWV 1004 de Bach, y el mago que extraía esas notas tan hermosas del instrumento era, para sorpresa de todos, Wilhem Von Ritterbigbang, ensimismado, como en un trance místico, no parecía consciente de los desgarrones de su pantalón ni de la camisa desabotonado, tampoco de la suciedad que impregnada la levita de chaqué a la que le faltaba uno de los faldones y le había sido arrancada la manga derecha, había perdido un zapato, por lo que rengueaba y su aspecto general era el de un pordiosero, pero también el de un ángel, su cabellera que, misteriosamente, había crecido y emblanquecido, azotaba el rostro febril al ritmo de su pasión de ejecutante, sus muñecas, habían adquirido tal flexibilidad que podían moverse en todas direcciones y aunque sus manos no sufrían de ninguna desproporción, la izquierda podía duplicar su alcance y por lo tanto tocar las primeras tres posiciones del violín sin necesidad de moverla, y, además, doblar sus dedos hacia atrás y tocar con ellos el dorso de la mano.
– Uno muta, colega- suspiró extasiado Molleja (O Criadilla).
– Eso sí que es verdad: muta mutandis…
…¿Sabe las veces que me desvelo preguntándome que fue de aquel homínido travieso, despreocupado, que supe ser hace unos años?
– ¿Me lo va a contar a mí?
¿Se piensa que no extraño los días de la infancia, cuando por no ser, no era ni siquiera un anfibio capaz de respirar y desplazarse afuera del agua, apenas un alga unicelular, sí, pero ¡con que futuro! ¡Con cuanto por delante! Y ahora… ¿escuchó mi currículo? Da pena…
– No era el suyo, era el mío… al moderador, al violinista, se le mezclaron los currículos…
….Y yo pregunto, en el fondo ¿Qué diferencia había?…
…. ¿Sabe lo que le digo? Que ninguna.
– ¡Exacto! Igualito a la flauta y la trompeta…
-¡Yo lo admiro Molleja!
-¿Puedo preguntarle la razón Criadilla?
Wilhem Von Ritterbigbang ya preludiaba la “Chacona”, que era en realidad un lamento.
¿Se da cuenta que, cómo al pasar, casi al descuido, acaba de formular un principio revolucionario?
-¿Sí?
-Uno muta Molleja, usted lo expresó clarito, y Von Ritterbigbang algo intuyó desde el principio. Llámelo simpatía, simbiosis, osmosis, reflexión, llámelo como quiera: Nos miramos el uno al otro a través de un espejo líquido, y cada cual se zambulló y atravesó el espejo en sentido contrario. Entonces ahora usted es Criadilla Alfio L. y yo…
-¡Y usted es Molleja, Aurelio A.!
-¡De hecho, igualito que a usted cuando era Molleja, yo tampoco tengo idea de lo que significa la A!
Y Criadilla y Molleja entendieron que todo quedaba claro: El A.D.N. del ser humano es su propio invento. Y ya que la partita se había desvanecido, Molleja (¿O fue Criadilla?) Llamo a un ordenanza y le hizo notar que el tiempo estaba desmejorando y que una tormenta con rayos y truenos importante iba a estallar en unos pocos minutos. Le preguntó entonces si, para no llegar a la taberna cercana hechos sopa, podía conseguirles dos paraguas. Se comprometió a devolvérselos personalmente mañana por la mañana, le dio una buena propina, y le juró que él y su amigo Criadilla (¿O Molleja?) se iban a bajar dos jarras de cerveza a su salud.
Se soltaron entonces los gruesos lazos que, como recordarán, amarraban las cortinas a los rosetones de bronce, y se procedió a correrlas, mientras resonaban los primeros truenos y el público se apresuraba a abandonar la Gran Sala de Conferencias “Chandrasekhara Venkata Raman” (antiguamente “de las beguinas”).
-Damas y Caballeros, es una pena que debamos interrumpir tan bruscamente nuestra disertación sobre el método científico, crean que lo sentimos…
En la sala ya no quedaba nadie para escuchar la despedida. O sí. Desde el fondo, desde la semipenumbra, llegó el melancólico aplauso de Wilhem Von Ritterbigbang.
– ¿Vamos Molleja?
– Vamos Criadilla…
(O viceversa)
MURR, EL GATO DE ERWIN SCHRÖDINGER (O Señor Kreisler, como seguramente él hubiera preferido que se siguiese apellidando su amo, difunto ya desde hacía dos años) reapareció sorpresivamente una noche tormentosa. El taquígrafo cuenta que el felino despertó al portero nocturno con insistentes maullidos y arañazos en el portal, éste, mal dormido y muy malhumorado, intentó espantarlo, pero Murr logró escabullírsele entre las piernas y subió cojeando por la escalera. Al día siguiente fue descubierto, como en letargo, apelotonado en un rincón del sombrío gabinete de ciencias, el “Cuarto de Maravillas”, como se lo denominaba hace cien años, cuando aún se lo usaba. Pese al tiempo transcurrido desde su desaparición -y a que tenía el pelo ralo, sucio y como agrumado, el hocico lleno de las cicatrices de innumerables peleas, las almohadillas desgastadas y, además, venía muy flaco y deshidratado- sus maullidos, aunque débiles y casi agónicos, aún conservaban el tono aristocrático que lo distinguiera entre sus congéneres. Murr, tal era su lastimoso estado, había regresado a la Fritz-Haber para morir. ¿Quizás la esperanza de reencontrarse allí con a su amigo el Señor Kreisler que, suponía, seguía esperándolo para llevárselo a Viena, fue lo que lo empujó a emprender el duro camino del retorno? Sucedió, entonces, que murió por la tarde, pero muy confortablemente y asistido, hasta el último suspiro, por el taquígrafo y por “el petaca” Saralegui que se esforzaron para hacerle placentero el tránsito. El gato de Schrödinger, artísticamente tratado por Carl Akeley llamado el “padre de la taxidermia moderna”, luce ahora notablemente mejorado, en el sitio exacto en el que falleciera, a la derecha del rinoceronte que le regalaron al rey D. Manuel I de Portugal (y que él a su vez envió al papa León X y acabó siendo muy famoso por pintarlo Durero), y la izquierda del elefante de Luis XIV, de Francia.
Esa misma noche, el taquígrafo, localizó telefónicamente a Paul Dirac en su residencia de Cambridge, en cuya universidad dictaba la cátedra Lucasiana, y le contó en detalle el inesperado regreso y la muerte del gato que, hacía ya tantos años, él mismo había regalado a su colega Schrödinger. Dirac recibió la información con absoluta naturalidad y le informó que no existía motivo para entristecerse por la muerte de Murr, que a Murr lo tenía al lado suyo en ese preciso momento, vivo y mimoso. Mientras hablo con usted, le contó, le rasco de forma ligera entre las orejas, y él ronronea complacido. Después, como el taquígrafo había enmudecido y era improbable que por un buen rato recobrara el habla, prosiguió: Si, ya se, ahora usted se está diciendo que es imposible que Murr esté en Cambridge, vivo, porque está seguro que lo tiene ¿Dónde?
-En el Gabinete de Ciencias- logró articular, y con mucha dificultad, el taquígrafo.
-Eso…”Porque yo lo tengo en el Gabinete de Ciencias, muerto” Es eso lo que piensa ¿No?
Y esperó durante unos segundos, por pura cortesía, una contestación que no se produjo porque no hacía falta.
-Y, sin embargo, precisamente así es como debe suceder, amigo mío. Despreocúpese. Se trata apenas de otra de las paradojas de Erwin, Si usted lo hubiera conocida como yo, se habría acostumbrado a ellas.
Después agradeció la llamada, se despidió, y cortó la comunicación.
(…) EL ORIENT HABÍA PARTIDO EN HORARIO DE VINKOVC. Bossie, en la litera alta, dormía (o fingía dormir). Yo no hice más que revolverme toda la noche. ¿Le molestaría sentirme cambiar de posición cada cinco minutos, tapándome y destapándome, levantándome con cualquier pretexto y olvidándome exprofeso de apagar la luz?
Si aún estaba despierto, y yo no tenía la menor duda de que lo estaba, sabía que todo ese ajetreo era en su homenaje.
Viaja con nosotros un detective belga (bastante famoso, me han dicho) al que da la impresión de que todos los viajeros le parecemos criminales potenciales. A Bossie, aunque opina que sus bigotes son horribles, el personaje lo divierte. Ocurre que yo soy muy quisquilloso (Bossie dixit).
No falta mucho para Innsbruck. Tendríamos un día libre antes de la primera jornada, un día para pasear y que él conozca la ciudad. Se lo comuniqué, pero no dio un salto de alegría, como yo me esperaba…
“Bossie” mañana cumple 21 años. Le compré “las obras completas” de Kurt Gödel.
Espero que en dos semanas, en Zürich), celebramos juntos mi sesentena.
Los dos somos Géminis.
Abrí mi Poincaré justo en la página en la que, quien sabe cuándo y porqué motivo, subrayé: “Duda de los datos hasta que los datos no dejen lugar a dudas.”.
Los datos, cela va sans dire, no dejaban lugar a dudas.
Cerré el libro y apagué la luz.
(*)Fritz Haber (Breslau, Prusia (ahora Wrocław, Polonia), 9 de diciembre de 1868-Basilea, Suiza, 29 de enero de 1934) fue galardonado con el Premio Nobel de Química de 1918. Él observó que la exposición a una baja concentración de un gas venenoso durante mucho tiempo, a menudo tenía el mismo efecto (la muerte) que la exposición a una alta concentración por un corto tiempo. Formuló, en consecuencia, una relación matemática simple entre la concentración de gas y el tiempo de exposición necesario. Esta relación se hizo conocida como la regla de Haber. Esta teoría fue exitosamente probada, durante la Primera Guerra Mundial, en los campos de batalla de Polonia, Bélgica, etc.
Me sueno algo tonto, como diría A. Susana, cuando al oirme descubro que me repito incesantemente, como ecolálico en mausoleo vacío. Pero es inevitable: otra vez me traés una historia que quiero escuchar, a lomos de una voz que puedo escuchar toda mi vida. Y que le voy a hacer si sueno como un niño encandilado? Yo no leo ni escucho para otros, y me reservo el derecho de quedar encantado al comprobar una vez más que, parafraseando a Pierre-Simon “No Victor” Laplace, la hipótesis de mi padre sí que hace falta.
Modestamente:
Le estás dando la razón a Lagrange.
No mientas, Oso! Seguís escribiendo teatro!
(…y muy divertido)
Abrazo
Me encanta que te haya divertido ¡Pero estoy desolado!
muy gozoso de leer.
Siempre pensé que que la caja dónde el gato esperaba su veredicto , seguía las mismas leyes que los los recuerdos.
Pero este final de Dirac me gusta mucho más.
Hay una interpretación, la de Eveertt, que se llama de los «muchos mundos» en la que explica la simultaneidad de las dos situaciones, pero en ramas diferentes del universo. Igualito a los sueños. Einstein, socarrón, fingía así su desconcierto: “¿quiere esto decir que la Luna no está ahí cuando nadie la mira?”