Hace muchos que no veo ese teatro que siempre, de manera consciente o inconsciente busqué: hecho con herramientas tan puras, tan desnudas, tan elementales y elaboradas. Lo más cercano a mi representación de lo dionisíaco: Actores (porque los componentes de Octante voces contemporáneas, son grandes actores y, aunque no bailen, también grandes bailarines. Sus cuerpos al cantar no dejan de danzar. Eso, supongo, es lo que Nietzsche entendía por danza, cuando decía que cada día que un hombre deja de danzar, es un día perdido. El Octeto goza y nos permite gozar con ellos. Se teoriza tanto sobre organicidad, sobre adaptación, sobre sensorialidad y, tras una larga peregrinación por los espacios teatrales comerciales, alternativos u oficiales, se la encuentra diáfanamente en un Concierto de Música Contemporánea. Como si los extremos estuvieran obligados a tocarse, y a penetrarse. Las bodas de lo arcaico, lo mítico con la música y la teatralidad más radical del siglo XX.
Quiero agradecer por este “Stimmung” de Karlheiz Stockhausen ( a la lúcida obstinación de Martín Queraltó que con sus Ciclos de Música en el Cervantes acercó al TNC, un público nuevo (en todas las acepciones del término) y, sobre todo expresar mi admiración a las soprano Rosana Risé y Natalia Cappa, a la mezzosoprano Marcela Bianchi, a los tenores Mario Witis y Lucas Werenkraut, y al barítono y conductor Juan Peltz