Una visitación

Ni siquiera el pecado original, interrumpió el diálogo de Dios con los hombres. Cuando disponía de tiempo mantenía una charla personal, de no ser así, se la confiaba a un mensajero, ángel o demonio, no discriminaba (léase la experiencia del maltratado Job (Job 1: 6). De ahí que -como lo advierte un famoso mago- sea tan difícil distinguir quién es Dios y quién el diablo, quién es el bueno y quién el malo. Abraham, Moisés, Jacob, Elías, Noé, tan solo algunos nombres de una agenda infinita.

Mientras El Hijo estuvo con nosotros, treinta y tres años, la comunicación fue, más allá de ciertas asperezas fluida, directa, rutinaria y en ocasiones –recuérdese el Sermón que impartió en la ladera de un monte al norte del Mar de Galilea (MT. 5, 1; 7), multitudinaria. Pero entre una y otra reaparición bajo cualquiera de sus tres personas, se produjeron pausas elocuentes, edades terribles en las que Su Silencio resonó iracundo.

Hace muy poco, Dios consideró que ya estaba bien de misterios, que el hombre era finalmente adulto, y repasando uno a uno sus gigantesco saltos, mensuró el abismo que mediaba entre aquel patético muñequito de barro en el que, a sólo cinco días de haber separado el día de la noche, había soplado vida, y éste en el que se había transformado, al que le eran familiares zonas del universo por las que ni  Él  se había aventurado, y que entendía la realidad como un fenómeno de física cuántica. Sí, debía admitir que su criatura era ya Su semejante (y que reconocerlo no afectaba para nada su grandeza, al contrario). Era éste,  entonces,  el tiempo de vaciarse de secretos, de comulgar con la humanidad entera reunida el Designio, el Diseño y el Destino de la Creación, y también sus futuros planes al respeto, en el corto, en el mediano y en el largo plazo.

La visita de Dios fue anunciada con la antelación que Él juzgó necesaria. Pensaba que sus anfitriones necesitarían un  tiempo razonable de preparación, espiritual, psicológica, logística, etcétera.

La recepción, considerando que coincidió con un puente de fin de semana larga, no estuvo mal. Resultaría  exagerado decir que al pie de La Montaña  lo  aguardaba el conjunto de la humanidad o una parte significativa de ella, también que se trataba de   una multitud, pero insisto, no puede decirse que haya estado mal: Puede describirse  al Comité de Recepción como  un grupo amistoso, oficioso y, sobre todo al comienzo,  antes de que se hiciera un poco largo, interesado en lo que pasaba.  Hubo discursos en inglés, español, chino  y esperanto, se hicieron fotos pero  como por donde se suponía estaba el Viajero apenas si  se veía algo como una nube, se evitaron las selfies y, a la hora y media, dos menos cuarto,   tras anunciarse  la fecha y la hora del  gran Encuentro Ecuménico (el lugar exacto quedaba para “urgente confirmación”) los presentes entendieron que no que había para ver  mucho más de lo que ya habían visto y se apresuraron a dispersarse.

Esa misma noche  los medios advirtieron que, aunque no oficialmente, podía aventurarse que los datos suministrados como confirmados (fecha y hora) eran tentativos, y que el “espacio físico”  de la reunión seguía sin determinarse. Tampoco se hizo mención del lugar en el que Dios se alojaría: lo más probable es que el dato se considerase superfluo. ¿Alguien podría pensar  en cualquier otro sitio que no fuera todos los sitios?

Poco más tarde, y sólo para desautorizar algunas versiones malintencionadas que desde temprano habían comenzado  a circular en contrario, los medios  (algunos) ratificaron que cubrirían, tal como lo habían anunciado, el ansiado reencuentro de Dios con su Adán, aunque puntualizaron muy prudentemente “de no surgir algún imprevisto”. El imprevisto, lamentablemente, surgió, y no fue necesario  aclararla  para que se presupusiera su gravedad;  se informé entonces de una “suspensión provisoria» y, casi pisándose,  se precisó que era desproporcionado calificar de “suspensión” a una simple “demora”, y enseguida que más que una “demora” era un “reacomodamiento”, etcétera.

Anochecía ya cuando ganó la calle la noticia de  que el sitio del encuentro ya estaba prácticamente decido y que no tardaría en ganar estado público. La Buena Nueva tuvo una audiencia mínima (coincidió con la retrasmisión del partido final de la Champions League)  tampoco fueron muchos los que escucharon su rectificación ni su posterior ratificación (el partido tuvo un alargue y un desenlace en los penales).

Luego- amanecía ya- hubo rumores en el sentido que A) no podían garantizarse los datos iniciales sobre fecha y horario, B) la emisión, de haberla, sería “en diferido” y C) que la expresión “por cadena universal” utilizada por alguien inicialmente, debía entenderse en sentido metafórico, significara eso lo que significara. En cuanto a la fecha, hora y lugar, sufrieron pequeñas rectificaciones,  grandes rectificaciones, rectificaciones totales,  y, anteriormente, simultáneamente o posteriormente, ratificaciones con idénticas graduaciones.

Los medios ocupados en multitud de asuntos profanos debieron  distraerse de ellos unos segundos para desmentir el rumor de que la oficina de Dios hubiera producido un comunicado en el que solicitaba  se evitasen en lo humanamente posible  “futuros nuevos imprevistos”. La noticia de tal conferencia, como ya se aclaró, era falsa, y por regla de tres la que la siguió casi inmediatamente (en la que la Oficina de Dios reafirmaba la autenticidad de dicho Comunicado)  también debía serlo, como así también la subsiguiente, de la suspensión de la gira Divina.

Descartada definitivamente -por irrisoria- esa eventualidad, se insistió en el carácter circunstancial de la demora, se recordó (como si hiciera falta) que hablar con Dios, además de imprescindible,  no era ninguna tontería sino todo lo contrario, algo muy serio y que el más nimio detalle desatendido no tendría perdón de Dios (sic) y así, casi sin transiciones, se pasó a informar del aumento de la siniestralidad en las carreteras respecto a estas mismas fechas del año pasado y de las buenas perspectivas en las exportaciones de cartón corrugado.

Tras una breve tanda comercial, se procedió a informar brevemente de la partida de Dios (al cielo o donde fuera) sin ninguna otra acotación, declaración o aclaración, ni de Dios ni de nadie y, sin pausa,   comenzó el programa de medianoche, “Cine clásico”,  en el que echaron “Los 10 mandamientos”  con Charlton Heston, Yul Brynner,  Anne Baxter y un gran elenco, dirigida en 1956 por Cecil B. DeMille.

Ahora (hoy, cuando escribo esto) el incidente prácticamente está olvidado.  De hecho (y transcurridos apenas ¿Dos? ¿Tres? ¿Seis meses? ¿Un poco más? ¿Algo menos?) Es difícil -poco menos que imposible- encontrar alguna referencia al tema en los diarios o las noticias de televisión.

Otrosídigo: La cifra de víctimas fatales por accidentes en el retorno del puente de aquel fin de semana largo, estableció un nuevo récord, el Real de Madrid ganó por penales en el estadio de San Siro.

Después se vino la Pandemia.

 

 

 

 

 

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