Cansado ya de yo
hablaré ahora de mi semejante.
Se llama como suelen llamarme mis amigos
(es decir, por mi nombre)
y es mi retrato vivo,
tiene también mi edad
y mi estatura,
porta mis señas particulares,
mi DNI, ADN
mi biografía,
mi historia clínica,
y poco, muy poco más
(en común, quiero decir).
El domicilio, sí.
¡Ah!…y un álbum de fotos.
Compartimos hábitos, es cierto,
lecturas, sabores, trabajos,
ideas políticas, club de futbol,
recuerdos, fealdad,
solipsismo,
puntos de vista, afectos,
y otros escasas contingencias,
en realidad bastantes,
muchas, quedaría más justo,
y absolutamente todas
sería la descripción stricto sensu.
Nos duelen, como a todos,
las cosas que nos duelen
y si a él le duele aquello que me duele
y viceversa,
sé de otras coincidencia muchísimo mayores.
No sería honrado, sin embargo
dejar afuera detalles nimios:
Idéntica cara en el espejo,
biografía, huellas digitales,
esposa, padres,
hijos, nietos, bisnietos,
perros, pájaro,
los odios que concuerdan
y estos incluyen el mutuo,
y poniéndose exigente,
un largo etcétera.
Pero, lo dicho:
No quiero hablar de mí.
Es tiempo ya de desensimismarse.
De dejar de mirarse el ombligo
y abismarse en el ombligo del semejante.